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La Destrucción de Jerusalén

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El ojo <strong>de</strong> Dios, al mirar a través <strong>de</strong> las eda<strong>de</strong>s, se fijó en las crisis a las cuales<br />

tendrá que hacer frente su pueblo, cuando los po<strong>de</strong>res <strong>de</strong> la tierra se unan contra Él.<br />

Como los <strong>de</strong>sterrados cautivos, temerán morir <strong>de</strong> hambre o por la violencia. Pero el<br />

Dios santo que dividió las aguas <strong>de</strong>l Mar Rojo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los Israelitas manifestará su<br />

gran po<strong>de</strong>r libertándolos <strong>de</strong> su cautiverio. “Y ellos serán míos, dice Jehová <strong>de</strong> los<br />

ejércitos, mi propiedad personal en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el<br />

hombre que perdona a su hijo que le sirve.” (Malaquías 3:17.) Si la sangre <strong>de</strong> los fieles<br />

siervos <strong>de</strong> Cristo fuese entones <strong>de</strong>rramada, no sería ya, como la sangre <strong>de</strong> los mártires,<br />

semilla <strong>de</strong>stinada a dar una cosecha para Dios. Su fi<strong>de</strong>lidad no sería ya un testimonio<br />

para convencer a otros <strong>de</strong> la verdad, pues los corazones endurecidos han rechazado los<br />

llamamientos <strong>de</strong> la misericordia hasta que éstos ya no se <strong>de</strong>jan oír. Si los justos cayesen<br />

entonces presa <strong>de</strong> sus enemigos, sería un triunfo para el príncipe <strong>de</strong> las tinieblas. Pero<br />

Cristo ha dicho: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas;<br />

escón<strong>de</strong>te por un breve momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que<br />

Jehová sale <strong>de</strong> su lugar para castigar al morador <strong>de</strong> la tierra por su maldad; y la tierra<br />

<strong>de</strong>scubrirá la sangre <strong>de</strong>rramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos.” (Isaías<br />

26:20.21.) Gloriosa será la liberación <strong>de</strong> los que lo han esperado pacientemente y cuyos<br />

nombres están escritos en el libro <strong>de</strong> la vida (451.)<br />

Capítulo XXXV<br />

__________<br />

EL PUEBLO DE DIOS LIBRADO<br />

Como el tiempo <strong>de</strong>signado en el <strong>de</strong>creto viene contra el pueblo <strong>de</strong> Dios, los<br />

habitantes <strong>de</strong> la tierra se unen para <strong>de</strong>struir a los perturbadores <strong>de</strong> su paz. En una noche<br />

<strong>de</strong>terminan dar el golpe <strong>de</strong>cisivo, que silenciará por siempre la voz <strong>de</strong>l censurador. En<br />

su solitario retiro los que esperan, suplican aún por protección divina. En cada cuarto,<br />

compañías <strong>de</strong> hombres armados, instados por anfitriones <strong>de</strong> ángeles malos, se preparan<br />

para el trabajo <strong>de</strong> muerte. Con gritos <strong>de</strong> triunfo, con burlas e imprecaciones van a<br />

lanzarse sobre su presa.<br />

Pero ¡he aquí! Densas tinieblas, más sombrías que la obscuridad <strong>de</strong> la noche,<br />

caen sobre la tierra. Luego un arco iris, que refleja la gloria <strong>de</strong>l trono <strong>de</strong> Dios, se<br />

extien<strong>de</strong> <strong>de</strong> un lado a otro <strong>de</strong>l Cielo, y parece envolver a todos los grupos en oración.<br />

<strong>La</strong>s multitu<strong>de</strong>s encolerizadas se sienten contenidas en el acto. Sus gritos <strong>de</strong> burla<br />

expiran en sus labios. Olvidan el objeto <strong>de</strong> su ira sanguinaria. Con terribles<br />

presentimientos contemplan el símbolo <strong>de</strong> la alianza divina, y ansían ser amparadas <strong>de</strong><br />

su <strong>de</strong>slumbradora claridad.<br />

Los hijos <strong>de</strong> Dios oyen una voz clara y melodiosa que dice: “En<strong>de</strong>rezaos,” y, al<br />

levantar la vista al Cielo, contemplan el arco <strong>de</strong> la promesa (452.) <strong>La</strong>s nubes negras y<br />

amenazadoras que cubrían el firmamento se han <strong>de</strong>svanecido, y como Esteban, clavan la<br />

mirada en el Cielo, y ven la gloria <strong>de</strong> Dios y al Hijo <strong>de</strong>l hombre sentado en su trono. En<br />

su divina forma distinguen los rastros <strong>de</strong> su humillación, y oyen brotar <strong>de</strong> sus labios la<br />

oración dirigida a su Padre y a los santos ángeles: “Yo quiero que aquellos también que<br />

me has dado, estén conmigo en don<strong>de</strong> yo estoy.” Luego se oye una voz armoniosa y<br />

triunfante, que dice: “¡Helos aquí! ¡Helos aquí! santos, inocentes e inmaculados.<br />

Guardaron la palabra <strong>de</strong> mi paciencia y andarán entre los ángeles;” y <strong>de</strong> los labios<br />

pálidos y trémulos <strong>de</strong> los que guardaron firmemente la fe, sube una aclamación <strong>de</strong><br />

victoria.<br />

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