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La Destrucción de Jerusalén

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El fuego no había alcanzado a la misma casa santa cuando entró Tito, y viendo el<br />

sorpren<strong>de</strong>nte esplendor fue impulsado a un último esfuerzo para su conservación. Pero<br />

ante el mismo, un soldado tiro una antorcha, encendida en medio <strong>de</strong> las bisagras <strong>de</strong> la<br />

puerta, y en un instante estallo el santuario en llamaradas. Mientras que el rojo fulgor<br />

revelaba las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l lugar santo, brillando con el oro, un frenesí se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> los<br />

soldados, impulsados por el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spojar, y enfurecidos por la resistencia <strong>de</strong> los<br />

Judíos que estaban fuera <strong>de</strong> control.<br />

<strong>La</strong>s grandiosas y sólidas estructuras que habían coronado al Monte Mona, eran<br />

fuego y humo. <strong>La</strong> siniestra ola continuaba <strong>de</strong>vorando lo que se le ponía enfrente, toda<br />

la cima <strong>de</strong> la colina ardía como un volcán. En medio <strong>de</strong> los rugidos <strong>de</strong> las llamaradas,<br />

gritos <strong>de</strong> soldados y estallido <strong>de</strong> edificios que caían, fueron oídos llantos frenéticos, <strong>de</strong><br />

corazones <strong>de</strong>sgarrados, <strong>de</strong> los jóvenes y viejos, sacerdotes y gobernantes. <strong>La</strong>s mismas<br />

montañas parecían regresar el eco. El horrible resplandor <strong>de</strong>l fuego alumbraba todo a su<br />

alre<strong>de</strong>dor, y la gente se reunió sobre las colinas, y miraban con terror toda la escena<br />

(35.)<br />

Destruido el templo, no tardó la ciudad entera en caer en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> los romanos.<br />

Los caudillos judíos abandonaron las torres que consi<strong>de</strong>raban inexpugnables y Tito las<br />

encontró vacías. <strong>La</strong>s contempló asombrado y <strong>de</strong>claró que Dios mismo las había<br />

entregado en sus manos, pues ninguna máquina <strong>de</strong> guerra, por po<strong>de</strong>rosa que fuera,<br />

hubiera logrado hacerle dueño <strong>de</strong> tan formidables baluartes. <strong>La</strong> ciudad y el templo<br />

fueron arrasados hasta sus cimientos. El solar sobre el cual se irguiera el santuario fue<br />

arado “como campo.” Más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> judíos fueron asesinados; los que<br />

sobrevivieron fueron llevados cautivos, vendidos como esclavos, conducidos a Roma<br />

para enaltecer el triunfo <strong>de</strong>l conquistador, arrojados a las fieras <strong>de</strong>l circo o <strong>de</strong>sterrados y<br />

esparcidos por toda la tierra.<br />

Los judíos habían forjado sus propias ca<strong>de</strong>nas; ellos habían forjado para sí<br />

mismos la nube <strong>de</strong> venganza. En la <strong>de</strong>strucción absoluta <strong>de</strong> que fueron victimas como<br />

nación y en todas las <strong>de</strong>sgracias que les persiguieron en la dispersión, no hacían sino<br />

cosechar lo que habían sembrado con sus propias manos. Los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> los<br />

judíos son muchas veces representados como castigo que cayó sobre ellos por <strong>de</strong>creto<br />

<strong>de</strong>l Altísimo. Este es un dispositivo por lo cual el gran engañador procura ocultar su<br />

propia obra. Por la tenacidad con que rechazaron el amor y la misericordia <strong>de</strong> Dios, los<br />

judíos le hicieron retirar su protección, y Satanás pudo regirlos como quiso. <strong>La</strong>s<br />

horrorosas cruelda<strong>de</strong>s perpetradas durante la <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> <strong>Jerusalén</strong> <strong>de</strong>muestran el<br />

po<strong>de</strong>r con que se ensaña Satanás sobre aquellos que ce<strong>de</strong>n a su influencia.<br />

No po<strong>de</strong>mos saber cuánto <strong>de</strong>bemos a Cristo por (36) la paz y la protección <strong>de</strong><br />

que disfrutamos. Es el po<strong>de</strong>r restrictivo <strong>de</strong> Dios lo que impi<strong>de</strong> que el hombre caiga<br />

completamente bajo el dominio <strong>de</strong> Satanás. Los <strong>de</strong>sobedientes e ingratos <strong>de</strong>berían hallar<br />

un po<strong>de</strong>roso motivo <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento a Dios en el hecho <strong>de</strong> que su misericordia y<br />

clemencia hayan coartado el po<strong>de</strong>r maléfico <strong>de</strong>l diablo. Pero cuando el hombre traspasa<br />

los limites <strong>de</strong> la paciencia divina, ya no cuenta con aquella protección que le libraba <strong>de</strong>l<br />

mal. Dios no asume nunca para con el pecador la actitud <strong>de</strong> un verdugo que ejecuta la<br />

sentencia contra la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a los que<br />

rechazan su misericordia, para que recojan los frutos <strong>de</strong> lo que sembraron sus propias<br />

manos. Todo rayo <strong>de</strong> luz que se <strong>de</strong>sprecia, toda admonición que se <strong>de</strong>soye y rechaza,<br />

toda pasión malsana que se abriga, toda transgresión <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, son semillas que<br />

darán infaliblemente su cosecha. Cuando se le resiste tenazmente, el Espíritu <strong>de</strong> Dios<br />

concluye por apartarse <strong>de</strong>l pecador, y éste queda sin fuerza para dominar las malas<br />

pasiones <strong>de</strong> su alma y sin protección alguna contra la malicia y perfidia <strong>de</strong> Satanás. <strong>La</strong><br />

<strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> <strong>Jerusalén</strong> es una advertencia terrible y solemne para todos aquellos que<br />

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