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La Destrucción de Jerusalén

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Por la misma representación falsa <strong>de</strong>l carácter <strong>de</strong> Dios que él practicó en el<br />

Cielo, causando consi<strong>de</strong>rarle como severo y tiránico, Satanás indujo hombres a pecar. Y<br />

logrando llegar tan lejos <strong>de</strong>claró que esas restricciones injustas <strong>de</strong> Dios habían<br />

conducido al hombre a caer, como ellos habían sido conducidos a su propia rebelión.<br />

Pero el mismo Eterno proclama su carácter: “¡Jehová! fuerte, misericordioso y<br />

piadoso; tardo para la ira, y gran<strong>de</strong> en misericordia y verdad; que guarda misericordia a<br />

millares; que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que <strong>de</strong> ningún modo<br />

tendrá por inocente al malvado.”(Exodo 34:6,7.)<br />

En el <strong>de</strong>stierro <strong>de</strong> Satanás <strong>de</strong>l Cielo, Dios <strong>de</strong>claró su justicia, y mantuvo la honra<br />

<strong>de</strong> su trono. Pero cuando el hombre había pecado a través <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r a las <strong>de</strong>cepciones <strong>de</strong><br />

este espíritu apóstata, Dios dio una evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su amor complaciente su (320) Hijo<br />

unigénito moriría por la raza caída. En la expiación el carácter <strong>de</strong> Dios está revelado. El<br />

razonamiento po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la cruz <strong>de</strong>muestra al universo entero que Dios no fue <strong>de</strong><br />

ningún modo responsable por el curso <strong>de</strong> pecado que Lucero escogió; que no arbitrario<br />

retirar la <strong>de</strong> gracia divina, no había <strong>de</strong>ficiencia en el gobierno divino, que hubiera<br />

inspirado en él el espíritu <strong>de</strong> rebelión.<br />

El carácter <strong>de</strong>l gran engañador se mostró tal cual era en la lucha entre Cristo y<br />

Satanás, durante el ministerio terrenal <strong>de</strong>l Salvador. Nada habría podido <strong>de</strong>sarraigar tan<br />

completamente las simpatías que los ángeles celestiales y todo el universo leal pudieran<br />

sentir hacia Satanás, como su guerra cruel contra el Re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong>l mundo. Su petición<br />

atrevida y blasfema <strong>de</strong> que Cristo le rindiese homenaje, su orgullosa presunción que le<br />

hizo transportarlo a la cúspi<strong>de</strong> <strong>de</strong>l monte y a las almenas <strong>de</strong>l templo, la intención<br />

malévola que mostró al instarle a que se arrojara <strong>de</strong> aquella vertiginosa altura, la inquina<br />

implacable con la cual persiguió al Salvador por todas partes, e inspiró a los corazones<br />

<strong>de</strong> los sacerdotes y <strong>de</strong>l pueblo a que rechazaran su amor y a que gritaran al fin:<br />

“¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” - todo esto <strong>de</strong>spertó el asombro y la indignación <strong>de</strong>l<br />

universo.<br />

Fue Satanás el que impulsó al mundo a rechazar a Cristo. El príncipe <strong>de</strong>l mal<br />

hizo cuanto pudo y empleó toda su astucia para matar a Jesús, pues vio que la<br />

misericordia y el amor <strong>de</strong>l Salvador, su compasión y su tierna piedad estaban<br />

representando ante el mundo el carácter <strong>de</strong> Dios. Satanás disputó todos los asertos <strong>de</strong>l<br />

Hijo <strong>de</strong> Dios, y empleó a los hombres como agentes suyos para llenar la vida <strong>de</strong>l<br />

Salvador <strong>de</strong> sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio <strong>de</strong> los cuales<br />

(321) procuró obstaculizar la obra <strong>de</strong> Jesús, el odio manifestado por los hijos <strong>de</strong><br />

rebelión, sus acusaciones crueles contra Aquel cuya vida se rigió por una bondad sin<br />

prece<strong>de</strong>nte, todo ello provenía <strong>de</strong> un sentimiento <strong>de</strong> venganza profundamente arraigado.<br />

Los fuegos concentrados <strong>de</strong> la envidia y <strong>de</strong> la malicia, <strong>de</strong>l odio y <strong>de</strong> la venganza,<br />

estallaron en el Calvario contra el Hijo <strong>de</strong> Dios, mientras el cielo miraba con silencioso<br />

horror.<br />

Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo, rehusando la adoración <strong>de</strong><br />

los ángeles, mientras no hubiese preferido la petición: “Padre, aquellos que me has<br />

dado, quiero que don<strong>de</strong> yo estoy, también ellos estén conmigo.”(S. Juan 17:24.)<br />

Entonces, con amor y po<strong>de</strong>r in<strong>de</strong>cibles, el Padre respondió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el trono: “Adórenle<br />

todos los ángeles <strong>de</strong> Dios.” (Hebreos 1:6.) No había ni una mancha en Jesús. Acabada<br />

su humillación, cumplido su sacrificio, le fue dado un nombre que esta por encima <strong>de</strong><br />

todo otro nombre.<br />

Entonces fue cuando la culpabilidad <strong>de</strong> Satanás se <strong>de</strong>stacó en toda su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z.<br />

Los falsos cargos <strong>de</strong> él contra el carácter <strong>de</strong>l gobierno divino aparecieron en su<br />

verda<strong>de</strong>ra luz. Él había acusado a Dios <strong>de</strong> buscar tan sólo su propia exaltación con las<br />

exigencias <strong>de</strong> sumisión y obediencia por parte <strong>de</strong> sus criaturas, y había <strong>de</strong>clarado que<br />

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