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ABRIR SEGUNDA PARTE

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condena a los pobres a seguir siendo pobres y al servicio de los ricos:<br />

— “Justo es que trabajemos todos los cristianos, pero cada cual<br />

según sus aptitudes y educación. Nosotras en cosas finas; las mujeres<br />

del pueblo en lo servil.<br />

— ¡Eso sí!— asentía una damisela, todavía en el fondo del sótano, y<br />

miss Clara Yerd, la flaca institutriz, repuso tímidamente, recogiendo<br />

arriba las botellas y el farol:<br />

— Pero si a las del pueblo las educasen bien...<br />

— ¡Nada, nada! ¡Déjese usted de novedades! Cada uno debe ocupar su<br />

sitio; ¿quiénes harían, si no, los trabajos más penosos?<br />

— Los repartiriamos —dijo con mucha seriedad Bertita Leurc [...].<br />

Su madre la miró espantada y pronunció gravemente una sentencia que a<br />

menudo repetía:<br />

— El mismo Dios lo ha dicho: ‘Siempre tendréis a los pobres entre<br />

vosotros... ‘“ (pp.234—235>.<br />

Así que tanto los empleados domésticos como los mineros están<br />

condenados a ser pobres sin redención al servicio de estos ingleses, bien<br />

por orgullo de raza (caso de Leurc> o bien por interesada interpretación<br />

bíblica (caso de la madre de Berta) (6).<br />

Ahora bien, esta conducta egoísta de los patronos protestantes no<br />

difiere de la que adopta el cura de Nerva, quien olvidado de su misión<br />

divina vive indiferente al drama humano de los hombres del pueblo, y<br />

hermanado con los ingleses, cuyo egoísmo industrial parece compartir:<br />

“Este religioso, como los de Nerva, parece muy distraído con algo que

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