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ABRIR SEGUNDA PARTE

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— 1.009 —<br />

Múntzer añade este otro pronóstico recriminatorio: “Quizá un día forméis<br />

parte del tribunal que me condenará a la hoguera” (p. 46>.<br />

Lutero no será miembro de ese tribunal, pero si estará en el lado de<br />

aquellos que lo forman. Y por eso estos reproches de complicidad, que se<br />

verán cumplidos al final del drama, crearán en la conciencia de Lutero un<br />

sentimiento de angustia que exige un descargo liberador. Y en esta<br />

necesidad espiritual radica el origen del drama.<br />

A partir de este momento, el segundo de su trayectoria, Tomás Múntzer<br />

desaparece y asistimos sólo a la acción visible de Lutero. Esta segunda<br />

etapa de Muntzer, la combatiente, quedará oculta hasta su reaparición, en<br />

las escekias IX y X del acto segundo en que le vemos luchando contra la<br />

nobleza. En la escena última, el reencuentro de nuevo con Lutero marca el<br />

punto final de estas líneas divergentes y opuestas: Lutero se ha alineado<br />

con los poderes políticos para salvar la vida, que “vive sin libertad” , mientras Múntzer se enfrenta a la muerte, impuesta por esos mismos<br />

poderes, con la dignidad de un convencido irreductible. La lucha contra<br />

“la estafa ideológica” ha fracasado doblemente. El proceso liberador ha<br />

sido detenido, sine die, por la cobardia de fray Martín que ahora vamos a<br />

exponer.<br />

Para analizar la confesada falta de valor en su comportamiento hay<br />

que retroceder hasta el acto Y, escena III, en que cidva el pergamino de<br />

las tesis en las puestas de la catedral. A ese gesto inicial de la Reforma<br />

le han empujado tanto la resuelta decisión de Tomás Múntzer como la<br />

comprobación de los flagrantes abusos políticos y religiosos que se<br />

cometen contra el pueblo. El ejemplo pragmático de Múntzer, el auto de fe<br />

contra sus campesinos y el oro que se deposita en las arquetas por la<br />

adquisición de las indulgencias, han resuelto las dudas y contradicciones<br />

de Martin Lutero, que se arraigan en un miedo confesado. Este miedo<br />

soterrado, la labor académica pretextada y el precedente de Erasmo,<br />

condenado y absuelto tras su retractación (p. 41), preanunclan la actitud<br />

replegada que adoptará Martin Lutero. Sabido es que Lutero no se retractó

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