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Una de las escenas de reconocimiento más conmovedoras que <strong>se</strong> haya hecho jamás <strong>se</strong><br />
encuentra en Luces de la ciudad (City Lights, 1931) de Charles Chaplin. La joven<br />
protagonista, antaño ciega, «reconoce» por <strong>se</strong>ducción e intuición, en e<strong>se</strong> vagab<strong>un</strong>do<br />
lastimoso del que <strong>se</strong> burlan los niños, al supuesto millonario que había cuidado de ella.<br />
La intensidad de las miradas intercambiadas entonces, entre el vagab<strong>un</strong>do y la que<br />
ahora lo ve, es soportable a duras penas: es <strong>un</strong>o de los misterios del cine.<br />
El reconocimiento, <strong>escribe</strong> Jean-Marie Thomas<strong>se</strong>au a propósito del melodrama<br />
romántico, «restablece la <strong>se</strong>rie de equivocaciones que habían permitido que <strong>se</strong><br />
desarrolla<strong>se</strong> la intriga» («El melodrama», PUF, Que sais-je?), y debe hacernos alcanzar<br />
el p<strong>un</strong>to culminante de la emoción. Está obligatoriamente relacionado con <strong>un</strong>a<br />
equivocación (véa<strong>se</strong> esa palabra), y <strong>se</strong> sitúa en general al final del relato.<br />
6. EQUIVOCACIÓN, MALENTENDIDO<br />
Equivocaciones, malentendidos, son los resortes f<strong>un</strong>damentales del arte dramático. A<br />
menudo, en las historias, <strong>se</strong> trata de alguien a quien <strong>se</strong> le presta, muy a pesar suyo,<br />
<strong>un</strong>a identidad, <strong>un</strong> carácter, comportamiento, actos que no son los suyos —cuando no<br />
es él mismo quien <strong>se</strong> las ha arreglado para crear tal equivocación, con <strong>un</strong>a intención<br />
particular. Es frecuente también, que <strong>se</strong> parta del primer caso para llegar al otro: el<br />
héroe empieza a asumir, a revestir <strong>un</strong>a identidad (de persona, carácter) que <strong>se</strong> le<br />
había empezado a atribuir sin razón.<br />
En Tener y no tener, dos escenas al menos están basadas en <strong>un</strong> inicio de<br />
equivocación: no en relación con las identidades, sino en relación con los <strong>se</strong>ntimientos,<br />
cuando Harry toma a Marie por <strong>un</strong>a «cualquiera», escena 10 (el malentendido clásico<br />
de la «mujer considerada injustamente como sospechosa»), y la escena 17, cuando<br />
Marie sorprende a Harry hablando con Hélène, y puede creer en <strong>un</strong> principio de idilio<br />
entre ellos (malentendido tipo vodevil).<br />
La historia de Pauline juega igualmente con malentendidos de vodevil y equivocaciones<br />
de comportamiento, cuando Pauline y Marion toman a Sylvain por infiel, cosa que no<br />
es; o cuando Marion supone en Henri <strong>un</strong> amor por ella que éste no siente. Loui<strong>se</strong>tte y<br />
Sylvain tienen tendencia a tomar a Marion y a Pierre por hermanos o primos, cuando<br />
son sólo amigos (equivocación sobre sus relaciones familiares). Sólo que, así como <strong>un</strong><br />
autor de vodevil intentaría explotar estas diferentes confusiones, dar mayor densidad a<br />
las equivocaciones haciendo que <strong>se</strong> produzca el mayor número posible de<br />
confrontaciones entre los diferentes personajes, Rohmer, en este caso, limita el<br />
número de encuentros y de confrontaciones y aleja a sus personajes los <strong>un</strong>os de los<br />
otros en vez de catapultarlos <strong>un</strong>os en contra de otros.<br />
Ob<strong>se</strong>rvemos también, al final de Sansho, la equivocación en cuanto a la identidad de la<br />
falsa «Dama», en la que Zushio espera encontrar a su madre, y que no es más que<br />
<strong>un</strong>a vieja prostituta. La equivocación <strong>se</strong> introduce por la identidad del apodo (la<br />
Dama). El malentendido, es la otra cara del reconocimiento.