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BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />
su vida, sus amores y su destino. Tanto en Poe como en Flórez, esa<br />
presencia misteriosa que invade la noche es la de una misteriosa mujer<br />
prefigurada. Dice Poe:<br />
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,<br />
y la única palabra ahí proferida<br />
era el balbuceo de un nombre: «¿Leonora?»<br />
Lo pronuncié en un susurro, y el eco<br />
lo devolvió en un murmullo: «¡Leonora!»<br />
Apenas esto fue, y nada más.<br />
En La araña dice Flórez:<br />
¿Es el alma de aquella<br />
mujer que me persigue<br />
todavía, aunque muerta?<br />
¿La que mató mi dicha<br />
y me inundó en tristezas?<br />
La obsesión de Julio Flórez por la muerte era evidente y constituía<br />
parte de su psicología. Las visitas a los cementerios en noches de luna,<br />
las serenatas a los muertos y la glorificación de los suicidas formaron<br />
parte de las costumbres de los románticos. En algunas ocasiones nuestro<br />
poeta recitaba su poema a la «La muerte de José Asunción Silva,»<br />
muy mal mirado por la Iglesia puesto que en esas épocas los suicidas<br />
eran excomulgados. Pero el lo hacía como una especie de rebeldía contra<br />
una institución que en cierto modo despreciaba.<br />
Lejos de las paredes envejecidas<br />
que guardan el silencio del camposanto,<br />
lejos de las plegarias, lejos del llanto<br />
se ven las sepulturas de los suicidas.<br />
De aquellos que con almas engrandecidas<br />
en luchas misteriosas, sin fe ni espanto,<br />
deshojaron, en horas de hondo quebranto,<br />
como flores sin néctar, sus propias vidas.<br />
Pero este permanente pesimismo por la muerte, estaba también en<br />
consonancia, no hay que olvidar, con una Colombia en plena guerra<br />
en 1885. Si bien Flórez encontró un desahogo en la Gruta Simbólica,