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212 BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />

Veamos su consejo: no leerlo en la infancia, cuando por ello se toma<br />

cierta aversión a los autores clásicos, sino en años posteriores, en la<br />

Universidad, cuando se quiera descubrir la magia de la lengua española<br />

tras haberse acercado, desde temprana edad, a los hechos actuales<br />

por medio de la lectura de periódicos (recordemos que él fue gran periodista,<br />

entre los más prestigiosos de la prensa nacional).<br />

Reclamaba, además, que al Quijote lo leyéramos una y otra vez hasta<br />

asumir su quijotismo, entendido como la búsqueda insaciable de<br />

nuestros ideales. Que es cuanto haría a continuación en diecisiete cortos<br />

capítulos, cuyas ideas esenciales intentamos ahora exponer, acogiendo<br />

la principal lección de Don Dámaso Alonso, el inolvidable<br />

director de la Real Academia Española, en su Estilística, fuente por excelencia<br />

de la crítica literaria.<br />

Desde la intuición<br />

De hecho, Caballero Calderón sigue a Dámaso Alonso en su análisis<br />

literario por el carácter subjetivo que lo identifica. Así, desde el primer<br />

capítulo aclara que sus diversas observaciones sobre El Quijote, con los<br />

múltiples hallazgos que va haciendo en el camino, son fruto de la intuición,<br />

no de una prueba experimental, acaso científica. Es la visión,<br />

claro está, no del frío ensayista sino del muy sensible novelista que nos<br />

ha conmovido desde los años mozos.<br />

Don Quijote, en su opinión, no se queda en el tiempo cronológico<br />

de los cronistas, con la simple descripción de hechos que van encadenados<br />

como en el Amadís de Gaula, sino que trasciende hasta la verdadera<br />

Historia, intemporal o atemporal, pues cada una de sus aventuras<br />

es, en sentido estricto, «un acontecimiento espiritual». El espíritu, en<br />

consecuencia, está aquí presente, con su inmaterialidad característica.<br />

De ahí que tales aventuras sean simbólicas, con el profundo significado<br />

que disciplinas como la semántica y la semiología suelen develar:<br />

la locura, en los molinos de viento; la ingratitud, en los galeotes; el<br />

poder de la imaginación poética, en la cueva de Montesinos…<br />

Y en dichas circunstancias no es de extrañar que don Quijote, desde<br />

su ya lejana aparición, se haya transformado en «arquetipo de la<br />

humanidad», como si su escuálida figura nos representara a cada uno<br />

de nosotros, mientras en la historia humana, desde hace más de cua-

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