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BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />
O esta estrofa, donde la conclusión escandaliza: Si marcho por mis<br />
culpas a destajo / y si voy siempre del pecado en pos, / Dios podrá<br />
perdonarme. Yo, carajo, / ¡yo nunca puedo perdonar a Dios!, que parece<br />
responder a su angustia existencial, como después dirían los filósofos<br />
sartreanos: Tú, que sacas a los muertos de las fosas, / oye, Señor, mi<br />
ruego y no te irrites: / Odio esta vida estúpida y tediosa; / cuando me<br />
muera, ¡no me resucites!.<br />
El odio, en síntesis, fue consecuencia lógica de sus actos. Había<br />
cosechado lo que sembró.<br />
Conversión y muerte<br />
Al final, ad portas de la muerte, Julio Flórez se convirtió a la religión<br />
católica. He ahí la última etapa de su existencia, que también lo es en<br />
el libro de su sobrina nieta, Gloria Serpa Flórez de Kolbe, cuya biografía<br />
se cierra precisamente con dicho pasaje, del cual señalaremos a continuación<br />
sus apartes más significativos. Veamos.<br />
Recordemos, sí, que él fue bautizado en su pueblo natal, Chiquinquirá,<br />
cuya Virgen milagrosa fue declarada Reina y Patrona de Colombia<br />
por el gobierno nacional. La religiosidad, por tanto, lo marcó en su<br />
infancia, hasta haber recibido el sacramento de la confirmación, cuando<br />
llegó a confesarse y comulgar. Además, a la muerte de su madre<br />
hizo la promesa de ir a misa cada domingo, que cumplió a cabalidad<br />
durante varios años.<br />
Luego se alejó de la fe -dice Gloria- «por su ideología política y sus<br />
excesos románticos», siendo ésta causa fundamental, según acabamos<br />
de anotar, del odio o rechazo que generó entre diversos sectores políticos,<br />
eclesiásticos y sociales, quienes lo acusaban ciertamente de ateo,<br />
apóstata, blasfemo y hasta necrófilo.<br />
El poeta, por su lado, mantuvo hasta lo último, a través de su intensa<br />
vida intelectual, esas actitudes en contra de la religión y la Iglesia,<br />
tanto que su relación con Petrona fue totalmente libre, sin ataduras<br />
sociales ni legales, por fuera del matrimonio, hecho que no importó<br />
siquiera cuando tuvieron sus hijos, a pesar del repudio colectivo, usual<br />
en tales casos para aquella época.<br />
Pero, las cosas empezaron a cambiar por la intervención, en primer<br />
lugar, del obispo de Tunja, monseñor Maldonado, y luego, que fue