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POSESIONES 135<br />
tas, una de suma curiosidad y originalidad, la contenida en la obra,<br />
infortunadamente inédita, El hijo de don Quijote del escritor nariñense,<br />
don Gilberto Santacruz.<br />
En estas páginas, para sorpresa de muchos y contentamiento de otros,<br />
el autor refiere<br />
que don Quijote nos dejó un perfecto dechado de su estirpe. En esta<br />
sugestiva fantasía, el autor dice que a sus manos llegaron unos enigmáticos<br />
como enrevesados pergaminos que, según parece, «fueron<br />
escritos más bien por gentiles que por cristianos». Quien iba a pensar,<br />
por un instante siquiera, que don Quijote de la Mancha, «sin el visto<br />
bueno de los cánones y la venia de las buenas costumbres», y, lo que<br />
es peor, torciendo por entero el camino de la castidad, sin saber cómo<br />
ni cuándo y sin el menor asomo de ayuntamiento alguno, hubiese traído<br />
al mundo, un vástago de carne y hueso, como cualquier hijo de<br />
vecino. Un vástago que, con toda la lucidez de su caletre y con toda la<br />
altivez, compostura y entrega de sus actuaciones se enfrenta a una<br />
humanidad desorbitada y enloquecida que ahora transita por «caminos<br />
desusados, por atajos y sendas encubiertas».<br />
Hemos dicho que, en desarrollo de nuestro cometido aún nos quedan<br />
no pocas raras y curiosas obras relacionadas con Cervantes y el<br />
Quijote, en la actualidad, infortunadamente ignoradas y olvidadas, o<br />
lo que es peor, desconocidas; obras a las cuales es preciso quitarles el<br />
manto tan indeseado de la oscuridad. Sin embargo, ha llegado el instante<br />
de poner término a esta intervención que, si no alcanza en su<br />
estricto sentido el exigente calificativo de académica, sí la he llevado a<br />
cabo con mi íntima convicción y empeño de que Colombia, en Hispanoamérica,<br />
es el país en donde más y mejor, desde lejanos tiempos, se<br />
ha tributado el culto que merecen el Ingenioso hidalgo y su autor. Es<br />
preciso no fatigar a esta generosa audiencia, porque de continuar en<br />
esta tónica, como le ocurrió a nuestro amo y señor don Quijote de la<br />
Mancha, aquí nos daría la del alba…<br />
Señor director y miembros de esta ilustre Academia:<br />
Créanme ustedes que, no acabo de pensar y reflexionar acerca de la<br />
distinción que se me ha conferido. ¡Manes de mis eminentes coterráneos<br />
Leopoldo López Álvarez, Sergio Elías Ortiz e Ignacio Rodríguez<br />
Guerrero! Ni mucho menos se escapa de mi imaginación qué dirán de<br />
este académico vejete y soñador, «los paniaguados, caprichosos y dis-