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184 BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA
de sus últimas colonias y su moral estaba por el suelo. Ortega y Gasset,
Unamuno, Azorín, Ganivet y otros clamaban por una renovación de los
valores y los símbolos nacionales, y erigieron El Quijote como su bandera
de combate.
La lista de grandes novelistas que han confesado su devoción por la
obra es interminable pero no puedo dejar de citar algunos de los que
más admiro: Flaubert, Kafka, Mann, Faulkner y Navokov. Y en Colombia,
a Eugenio Díaz, Jorge Isaacs, José María Samper y Tomás Carrasquilla,
quien tituló «la cueva de Montesinos» uno de los capítulos de su obra
cumbre Frutos de mi tierra.
El Diccionario de Construcción y Régimen iniciado por Rufino José
Cuervo y felizmente terminado por el Instituto Caro y Cuervo, y las Apuntaciones
críticas sobe el lenguaje bogotano del mismo autor, dos joyas
de la filología nacional, están llenas de referencias del Quijote; saltan
a la vista en cada párrafo.
Así mismo, muchos de los honorables académicos de esta Casa Magna
han volcado su atención al Quijote. Ya mencioné a Oscar Gerardo
Ramos. Al celebrarse el cuarto centenario de la publicación de la Primera
Parte del Quijote, la Academia (en colaboración con la Universidad
Jorge Tadeo Lozano), publicó El Quijote desde la Academia
Colombiana de la Lengua, una colección de trece importantes artículos
de académicos. Y más recientemente, Adolfo de Francisco Zea La
Locura de don Quijote, y Vicente Pérez Silva, Travesuras y fantasías
quijotescas.
Lo que es importante enfatizar es que el espíritu cervantino y quijotesco
vive y pervive en la cultura contemporánea. Hay películas, obras
de teatro, óperas y musicales, estatuillas, dibujos, libros ilustrados. Los
escritores de todas las latitudes lo plagian, citan, parafrasean. Se llevan
a cabo exposiciones como la que presenta esta semana la Academia
Colombiana de la Lengua, las escuelas del país celebran el día del idioma.
Se organizan las ferias del libro más multitudinarias. Cada año se
editan y venden en el mundo más de un millón de copias del libro. Y
aunque no todas se leen, si sentimos el espíritu cervantino en cada
rincón de la cultura. En muchos hogares El Quijote está en un lugar de
preferencia al lado de la foto de los abuelos. El espíritu quijotesco es
parte de nuestra identidad.