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120 BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />
Al reconocer la limitación de mis capacidades, en manera alguna<br />
ignoro, como alguien lo dijo con sinceridad y acierto, que «nada<br />
hay tan fecundo como la noción de la propia incapacidad, porque<br />
sentirse limitado es aceptar, desde luego, todas las posibilidades de<br />
expansión y superación que nos llevan a la concepción integral del<br />
hombre».<br />
Algo más. Al releer embelesado las bellas páginas de La ruta de don<br />
Quijote, en las que el célebre Azorín prosigue en tierras manchegas,<br />
uno a uno, los pasos de don Alonso Quijano el Bueno, a quien tanto<br />
ama y considera que es «nuestro símbolo y nuestro espejo», no puedo<br />
menos de hacer mías estas voces que brotan al iniciar su apasionado y<br />
apasionante recorrido:<br />
Yo soy un pobre hombre que, en los ratos de vanidad, quiero aparentar<br />
que sabe algo, pero que en realidad no sabe nada.<br />
La otra confesión no es otra, no puede ser otra, que la que tiene que<br />
ver con el inexorable e incontenible discurrir de nuestros días, que al<br />
sentir de nuestro recordado poeta Aurelio Arturo, «uno tras otro son la<br />
vida». En buen romance, recibir tan honroso galardón, cuando ya la<br />
vida se me escapa a girones, ¿cómo corresponder, entonces, en su debida<br />
forma y con la responsabilidad requerida al honor conferido? Nada<br />
qué extrañar, la vejez también tiene sus prodigios. ¡Ah! Si me fuera<br />
dado disfrutar de una segunda juventud. Ante una circunstancia de<br />
esta naturaleza no queda más que hermanarnos con la realidad, «nacer<br />
para vivir, vivir para crecer, crecer para envejecer, envejecer para<br />
morir». Sin echar en olvido, la cruda descripción que, acerca de la vejez,<br />
topamos entre los diálogos que, con tanta vivacidad, se entrelazan<br />
en las atractivas páginas de La Celestina:<br />
La vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos,<br />
amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo<br />
pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo por venir, vecina de<br />
la muerte, choza sin rama, que se llueve por cada parte, cayado de<br />
mimbre, que con poca carga se doblega.<br />
Doblemos estas confesiones que, así como declinan mis días no<br />
mengua el aliento que por fortuna todavía me asiste; y vamos, con<br />
mucho ánimo, a los temas que nos hemos propuesto, en cumplimiento<br />
del ritual académico, con el anhelo de no defraudar a mis colegas ni<br />
a tan generosa audiencia.