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HOMENAJES
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Ojos indefinibles, ojos grandes,
como el cielo y el mar hondos y puros,
ojos como las selvas de los Andes:
misteriosos fantásticos y obscuros.
Ojos en cuyas místicas ojeras
se ve el rostro de incógnitos pesares,
cual se ve en la aridez de las riberas
la huella de las hondas de los mares…
Aun así, para Flórez el amor era con frecuencia turbación, delirio,
tormenta. No podía concebirlo de otra manera. La irracionalidad
y la emotividad se apoderaban de todos sus afectos llevándolos
a lo hiperbólico. Así estos poemas transcurren entre lo idílico y lo
trágico.
Para los dos el mundo tiene extraños matices;
te placen los palacios y a mí los monasterios:
a ti los cielos puros y a mí los cielos grises;
te gustan las ciudades y a mí los cementerios.
De modo que la constante presencia de la muerte, se evidencia en
toda su crudeza y, como diría también Octavio Amórtegui, la mujer no
le hace pensar a Flórez en la vida como quería Petrarca, sino, por el
contrario, en las nefandas consecuencias de la muerte:
No os enorgullezcáis niñas hermosas,
porque líneas tenéis esculturales;
vuestras carnes se pudren…y en las fosas
todos los esqueletos son iguales.
Los poemas a la madre por la que sintió hondo afecto, son asimismo,
dramáticos. Pero es en sus «Altas ternuras» donde Flórez
vierte lo más emotivo de su carácter. El posible suicidio del hijo y
el exacerbado amor materno se desenvuelven en situaciones que
concluyen en la sublimación de ese amor más allá de la muerte.
Esta búsqueda del infinito recuerda algunos aspectos de la poesía
de Rafael Pombo:
Mas luego, nuestras almas en un grito
de amor se fundirán, y un mismo anhelo
nos llevará a los pies de Dios bendito;