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HOMENAJES
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HOMENAJE A JUAN RULFO
JUAN RULFO
Por
Siervo Custodio Mora Monroy
«Pedro Páramo es el único libro
de México que sigue vivo» Fernando Vallejo
(Afirmación en la FIL de Guadalajara 2015)
Juan, cansado un poco de apellidarse Rulfo, resolvió camuflarse en
Pedro Páramo. Montado en ciento cincuenta páginas, recorrió el mundo
entero, a través de muchas lenguas, y escaló las más altas cumbres
de la literatura hispanoamericana. Después de pasease por el gélido
mundo de los muertos, se internó en los oscuros claustros del Instituto
Nacional Indigenista de la Ciudad de México. Del calor del hogar poco
nos habló, a pesar de las fotografías de sus hermosos hijos que hemos
visto publicadas. Solo después de su muerte conocí un precioso soneto
a su esposa Clara. Me gustaría saber la razón por la cual nunca llegaba
directamente a su casa, al salir del trabajo, pues era su costumbre meterse
en el rincón de una librería. Claro, siempre en su medio natural:
los libros.
Todos nos han contado de su ensimismamiento, su recato y su extremada
sencillez, al punto de convertirse en un taciturno personaje de
esos que hace tiempos murieron aplastados por el peso de las tristezas
de Comala. En varias declaraciones nos reveló algunos secretos de su
escritura: el trabajo, la acabada elaboración, el encuentro del vocablo
adecuado y el giro preciso. Ante todo, el refinamiento en el mensaje
filosófico que se esconde detrás del jugueteo con las palabras; el uso
de las figuras literarias en medio del sabor fascinante del habla popular
de Jalisco. Me imagino el cesto de la basura lleno de bolitas de
papel, en las mañanas, después de un arduo trabajo nocturno para
presentar un párrafo definitivo. Y la cantidad de tachones verdes en
sus libreticas de apuntes, cuando quería atrapar alguna imagen que