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BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />
Ello se debe, en su opinión, a la descripción minuciosa, al énfasis en<br />
los detalles, y al hecho de pasar la realidad física, objetiva, por el filtro<br />
subjetivo del autor, quien ofrecía finalmente un mundo creado por él,<br />
idealizado, que cautivaba a los lectores hasta alcanzar una experiencia<br />
casi mística, religiosa.<br />
En tales circunstancias, el resultado último no podía ser otro que «la<br />
realidad idealizada de España, del alma castellana», aquella que en sus<br />
«Lecturas españolas» redescubrió en autores clásicos de su país, vistos<br />
también desde una perspectiva personal, fundamento por excelencia<br />
de su crítica literaria.<br />
En efecto, él se oponía a la visión tradicional, estática, de «cosas<br />
muertas, sin alma», que prevalecía sobre los clásicos, la cual estaba<br />
signada por el dogmatismo y los estereotipos; prefería, en cambio, romper<br />
con su pasividad y ser un actor más en la lectura, en estos viajes a<br />
través de los libros, actitud que a su vez reclamaba de los demás, comenzando<br />
por los propios escritores.<br />
Una verdadera revolución en el campo de la crítica literaria, sin<br />
duda.<br />
Otras opiniones<br />
«Nadie ha visto a España con más detalle, con más amor, con más<br />
ternura», dijo de Azorín su amigo y gran conocedor de su obra, Julián<br />
Marías, quien subrayaba —recordó Vergara Silva al cerrar su intervención<br />
en torno a la visión que de él tenían otros escritores— su técnica<br />
del detalle sugestivo, basada «en decir una cosa después de otra, no<br />
una dentro de otra», de la cual surgía su extraordinaria «evocación del<br />
pasado».<br />
Por su lado, Pío Baroja, quien compartía el puesto de honor en la<br />
Generación del 98, hacía énfasis en su generosidad, al tiempo que Ortega<br />
y Gasset hablaba de su «lenguaje intimista», «donde lo minúsculo<br />
es lo más grande, y lo grande, mero ornamento».<br />
Vicente Aleixandre, por último, añoraba el encuentro personal con<br />
él al final de su vida, en una sala discreta, ya anciano, delgado, quien<br />
avanzaba suavemente y, sentado luego en su sillón, dialogaba con el<br />
visitante, rindiendo culto a la palabra.