Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
102/176<br />
Y, sin embargo, consideramos que este absurdo es normal. Es<br />
asombroso que incluso terapeutas y autores universalmente reconocidos<br />
no hayan podido aún desprenderse de la idea de que<br />
perdonar a los padres es la coronación de una terapia exitosa.<br />
Aunque en la actualidad esta convicción se defiende con menor<br />
seguridad que hace algunos años, como era el caso, las expectativas<br />
a ella vinculadas son incalculables y contienen el mensaje:<br />
«Pobre de ti si no cumples el cuarto mandamiento». Es cierto que<br />
dichos autores suelen creer que no hay que darse prisa y perdonar<br />
al comienzo de la terapia, sino que primero hay que aceptar las<br />
emociones fuertes, pero la mayoría coincide en que algún día uno<br />
tiene que haber logrado la madurez adecuada. Estos expertos dan<br />
por sentado que es bueno e importante que, al final, uno pueda<br />
perdonar a los padres de todo corazón. A mi juicio, esta opinión<br />
desorienta, porque nuestro <strong>cuerpo</strong> no consta sólo de corazón, y<br />
nuestro cerebro no es sólo un contenedor al que en la clase de religión<br />
se le meten estos disparates y contradicciones con calzador,<br />
sino un ser vivo con una memoria absoluta de aquello que le ha<br />
sucedido. Quien perciba esto en su totalidad tal vez diga: «Dios no<br />
puede pedirme que crea algo que me parece contradictorio y perjudica<br />
mi vida».<br />
¿Podemos esperar de los terapeutas que, si es necesario, se<br />
opongan al sistema de valores de nuestros padres para acompañarnos<br />
hacia nuestra verdad? Estoy convencida de que, cuando<br />
uno inicia una terapia, puede y hasta debe esperarlo, sobre todo si<br />
ya ha llegado a un punto en el que puede tomar en serio el mensaje<br />
de su <strong>cuerpo</strong>. Esto me escribió, por ejemplo, una joven llamada<br />
Dagmar:<br />
«Mi madre tiene una enfermedad de corazón. Me gustaría ser<br />
simpática con ella, hablar con ella junto a su cama, e intento ir a<br />
verla tan a menudo como puedo. Pero cada vez me entra un