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El cuerpo nunca miente - Alice Miller

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de los conocimientos actuales, el cuarto mandamiento encierra<br />

una contradicción. Es verdad que la moral puede dictar lo que debemos<br />

y no debemos hacer, pero no lo que debemos sentir.<br />

Porque no podemos producir ni eliminar sentimientos auténticos;<br />

lo único que podemos hacer es disociarlos, mentirnos a nosotros<br />

mismos y engañar a nuestros <strong>cuerpo</strong>s. Aunque, como he dicho<br />

antes, nuestro cerebro ha almacenado nuestras emociones, y éstas<br />

son recuperables, podemos revivirlas y, por fortuna, se pueden<br />

transformar sin peligro en sentimientos conscientes, cuyo sentido<br />

y causas podremos reconocer si damos con un testigo cómplice.<br />

La extraña idea de que debemos amar a Dios para que no nos<br />

castigue por habernos rebelado y haberlo decepcionado, y nos recompense<br />

con su amor misericordioso, es también una manifestación<br />

de nuestra dependencia y necesidad infantil, al igual que la<br />

aceptación de que Dios, como nuestros padres, está sediento de<br />

nuestro amor. Pensándolo bien, ¿no es ésta una idea del todo<br />

grotesca? Un ser supremo, que depende de sentimientos falsos<br />

porque la moral así lo dictamina, recuerda mucho la necesidad<br />

que tenían nuestros padres frustrados y no autónomos. Sólo las<br />

personas que <strong>nunca</strong> han puesto en tela de juicio a sus propios<br />

padres ni su propia dependencia pueden llamar Dios a este ser.

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