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El cuerpo nunca miente - Alice Miller

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necesidades naturales, a reprimirlas y luchar contra ellas para<br />

acabar pagándolo con enfermedades cuyo sentido no podemos ni<br />

queremos entender, y que intentamos curar con medicamentos.<br />

Cuando en algunas terapias se consigue acceder al verdadero yo<br />

mediante el despertar de las emociones reprimidas, algunos terapeutas,<br />

siguiendo el ejemplo de los grupos de alcohólicos anónimos,<br />

hablan de un poder superior, con lo que minan la confianza<br />

que se le da al individuo desde que nace, la confianza en su capacidad<br />

de sentir lo que es bueno para él y lo que no.<br />

Esta confianza me la arrebataron mis padres desde que nací.<br />

Tuve que aprender a ver y juzgar todo lo que sentía con los ojos de<br />

mi madre, y, por decirlo así, a aniquilar mis sentimientos y mis<br />

necesidades. De ahí que, con el tiempo, perdiera considerablemente<br />

mi capacidad de percibir esas necesidades y de buscar su<br />

satisfacción. He tardado, por ejemplo, cuarenta y ocho años de mi<br />

vida en descubrir mi necesidad de pintar y permitirme hacerlo.<br />

Pero, al fin, lo he conseguido. Más aún he tardado en hacer valer<br />

mi derecho a no querer a mis padres. A medida que pasaban los<br />

años, iba dándome cuenta del gran daño que me había hecho yo<br />

misma al esforzarme en querer a alguien que había perjudicado<br />

tanto mi vida. Porque ese esfuerzo me apartaba de mi verdad, me<br />

obligaba a traicionarme a mí misma, a desempeñar un papel que<br />

me habían adjudicado desde muy pequeña, el papel de la niña<br />

buena que tenía que someterse a unas exigencias emocionales disfrazadas<br />

de educación y moral. Cuanto más fiel era a mí misma,<br />

cuanto más aceptaba mis sentimientos, con más claridad hablaba<br />

mi <strong>cuerpo</strong>, que siempre me conducía a tomar decisiones que le ayudaban<br />

a expresar sus necesidades naturales. Pude dejar de<br />

seguir el juego de los demás, dejar de ver el lado bueno de mis<br />

padres y dejar de confundirme a mí misma como había hecho de<br />

pequeña. Decidí ser adulta, y la confusión desapareció.

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