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El cuerpo nunca miente - Alice Miller

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Pues hacerse adulto significaría dejar de negar la verdad, sentir<br />

el dolor reprimido, conocer racionalmente la historia que el<br />

<strong>cuerpo</strong> ya conoce emocionalmente, integrar esa historia y no tener<br />

que reprimirla más. Que luego el contacto con los padres pueda o<br />

no mantenerse dependerá de las circunstancias. Pero lo que sí<br />

debe terminar es la relación enfermiza con los padres interiorizados<br />

de la infancia, esa relación a la que llamamos amor, pero que<br />

no es amor y que está compuesta de distintos elementos como la<br />

gratitud, la compasión, las expectativas, las negaciones, las ilusiones,<br />

el miedo, la obediencia y el temor al castigo.<br />

He dedicado mucho tiempo a estudiar por qué algunas personas<br />

consideran que sus terapias han sido un éxito y otras, pese a<br />

décadas de análisis o terapias, siguen atascadas en sus síntomas<br />

sin poder librarse de ellos. He constatado que, en todos los casos<br />

que acabaron positivamente, las personas pudieron librarse de la<br />

relación destructiva del niño maltratado cuando contaron con un<br />

apoyo que les permitió desvelar su historia y expresar su indignación<br />

por el comportamiento de sus padres. Esas personas, de<br />

adultas, pudieron organizar sus vidas con mayor libertad sin necesidad<br />

de odiar a sus padres. Pero no pudieron hacerlo aquellos<br />

que en sus terapias fueron exhortados a perdonar creyendo que el<br />

perdón conllevaría un éxito curativo. Éstos quedaron aprisionados<br />

en la situación del niño pequeño que cree que quiere a sus<br />

padres, pero que en el fondo se deja controlar y (en forma de enfermedades)<br />

se deja destruir por los padres que ha tenido interiorizados<br />

toda su vida. Semejante dependencia fomenta el odio<br />

que está reprimido pero que, no obstante, sigue activo y empuja a<br />

agredir a inocentes. Sólo odiamos cuando nos sentimos<br />

impotentes.<br />

He recibido cientos de cartas que documentan mi afirmación.<br />

Por ejemplo, Paula, una chica de veintiséis años y que padece<br />

alergias, me escribió diciendo que, de pequeña, su tío la acosaba

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