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dolor desgarrador invadía mis brazos y mis piernas, como si los<br />
músculos y los tendones fueran demasiado cortos».<br />
Las emociones desterradas consiguen abrirse paso de nuevo y<br />
atacar al <strong>cuerpo</strong>.<br />
«En casa me esperaba Monika. Esa tarde había estado con<br />
nuestro camello, un chico negro, y le había comprado heroína y<br />
cocaína. Yo le había dado el dinero necesario antes de irme de<br />
viaje. Era nuestro trato: yo ganaba el dinero y ella salía a buscar<br />
la droga.<br />
»Yo odiaba a todos los yonquis, quería relacionarme lo<br />
menos posible con ese mundo. Y en el trabajo reducía al correo<br />
electrónico y al fax mis contactos (si los había) con los redactores,<br />
y sólo usaba el teléfono cuando el mensaje del contestador<br />
automático no admitía demora. Con mis amigos hacía<br />
mucho tiempo que no hablaba; de todas formas, no tenía nada<br />
que decirles.<br />
»Cuántas horas me había pasado sentado en el baño durante<br />
las últimas semanas intentando encontrar una vena que aún no<br />
estuviera completamente destrozada. La cocaína corroe sobre<br />
todo las venas, y los innumerables pinchazos con jeringuillas sin<br />
esterilizar hacen el resto. Mi cuarto de baño parecía una carnicería,<br />
con regueros de sangre en el lavabo y en el suelo, y las<br />
paredes y el techo con salpicaduras.<br />
»Ese día me había librado más o menos de los síntomas de<br />
abstinencia fumándome por de pronto alrededor de un gramo<br />
de heroína; los polvos marrones se evaporan sobre una hoja de<br />
aluminio calentada por debajo y el humo se inhala lo más hondo<br />
que se pueda. Como la droga tiene que dar un rodeo por los pulmones,<br />
el efecto se hace esperar unos minutos, es decir, una<br />
eternidad. <strong>El</strong> éxtasis sube a la cabeza despacio, lentamente, el