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él, que este odio era precisamente la expresión de mi dependencia<br />
y que ella lo habría generado de nuevo. Si llego a seguir sus<br />
consejos, habría vuelto a surgir. Hoy ya no tengo que sufrir por<br />
fingir, por eso no siento odio alguno. Es el odio de la niña dependiente<br />
el que habría perpetuado con mi terapeuta de no<br />
haberla dejado en el momento adecuado».<br />
Me encantó la solución que <strong>El</strong>isabeth había encontrado. Por<br />
supuesto, conozco a personas que no lo tienen todo tan claro ni<br />
poseen esta fuerza y que, sin duda, necesitan terapeutas que les<br />
apoyen en su camino hacia sí mismos sin plantearles exigencias<br />
morales. Quizá mediante los informes existentes sobre las terapias<br />
que dan buenos resultados y las que no, la conciencia de los<br />
terapeutas pueda ensancharse, de modo que puedan librarse de la<br />
ponzoña de la pedagogía venenosa y no dispensen sus terapias sin<br />
miramientos.<br />
<strong>El</strong> que uno pierda o no todo contacto con los padres no es algo<br />
decisivo. <strong>El</strong> proceso de separación, el camino del niño a la edad<br />
adulta, se realiza en el interior de las personas. A veces la interrupción<br />
del contacto es lo único que puede hacerse para satisfacer<br />
las propias necesidades. No obstante, cuando el contacto parezca<br />
lleno de sentido, sólo debe darse después de que uno tenga claro<br />
lo que está dispuesto a soportar y lo que no, no únicamente después<br />
de saber lo que a uno le ha sucedido, sino también después<br />
de haber valorado cómo eso le ha afectado, qué consecuencias ha<br />
tenido en su vida. Cada destino es diferente, y la forma externa de<br />
las relaciones puede variar de infinitas maneras. Sin embargo, hay<br />
una regularidad inamovible:<br />
1. Las viejas heridas sólo podrán cicatrizar cuando la antigua<br />
víctima haya decidido cambiar, cuando quiera respetarse a sí<br />
misma, renunciando así a las numerosas expectativas infantiles.