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<strong>El</strong> diario ficticio de Anita Fink<br />
Entre las muchas cartas y diarios que a menudo recibo, hay numerosos<br />
testimonios de los más crueles malos tratos infantiles,<br />
pero también —aunque son pocos— informes de terapias que ayudaron<br />
a estas personas a paliar las consecuencias de los traumas<br />
de su niñez. En ocasiones me han pedido que escriba acerca de esas<br />
biografías, pero casi siempre dudo, porque ignoro si dentro de<br />
unos años a la persona en cuestión le seguirá gustando aparecer<br />
en un libro ajeno. En este caso, he decidido escribir un relato ficticio,<br />
pero que está basado en hechos. Supongo que muchas personas<br />
han soportado un sufrimiento similar, sin haber tenido la<br />
oportunidad de una terapia que haya sido beneficiosa. Una chica,<br />
a la que he llamado Anita Fink, habla aquí de la evolución de su<br />
terapia, que la ayudó a liberarse de una de las enfermedades más<br />
graves: la anorexia nerviosa.<br />
En general, ya no se pone en duda, tampoco entre los médicos,<br />
que se trata de una enfermedad psicosomática, que la psique se ve<br />
«afectada» cuando una persona (la mayoría de las veces joven)<br />
pierde tanto peso como para que su vida peligre. Pero el estado<br />
anímico de estas personas casi siempre permanece en una nebulosa.<br />
En mi opinión, también para no desobedecer el cuarto<br />
mandamiento.<br />
Ya me referí a este problema en La madurez de Eva, pero me<br />
quedé en la polémica contra la praxis actual, cuyo objetivo en el<br />
tratamiento de la anorexia nerviosa es el incremento de peso,<br />
mientras que las causas de la enfermedad permanecen ocultas. No