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Mishima habló <strong>nunca</strong> de ello; murió sin haber afrontado realmente<br />
su verdad.<br />
Se han aducido un sinfín de motivos para el haraquiri de<br />
Mishima. Pero el motivo más evidente raras veces se ha mencionado,<br />
ya que se considera muy normal ser agradecido con los<br />
padres, los abuelos o las personas que los sustituyan, aun cuando<br />
a uno lo hayan atormentado. Es algo que forma parte de nuestra<br />
moral, que nos lleva a enterrar nuestros sentimientos reales y<br />
nuestras necesidades genuinas. Las enfermedades graves, las<br />
muertes tempranas y los suicidios son las consecuencias lógicas<br />
de ese sometimiento a unas reglas que llamamos moral y que, en<br />
el fondo, seguirán amenazando con asfixiar la vida auténtica<br />
mientras nuestra conciencia no decida que en adelante no tolerará<br />
dichas reglas y no las apreciará más que a la propia vida.<br />
Porque el <strong>cuerpo</strong> no sigue estas reglas; el <strong>cuerpo</strong> habla en el lenguaje<br />
de las enfermedades, que difícilmente entenderemos hasta<br />
que comprendamos la negación de los sentimientos reales de<br />
nuestra infancia.<br />
Algunos mandamientos del Decálogo pueden exigir aún hoy<br />
día su legitimidad; pero el cuarto mandamiento se contradice con<br />
las normas de la psicología. Es necesario que se sepa que el<br />
«amor» forzado puede ser fuente de mucho dolor. Quienes, desde<br />
pequeños, han recibido amor querrán a sus padres sin necesidad<br />
de que un mandamiento se lo ordene. <strong>El</strong> amor no puede surgir<br />
por cumplir un mandamiento.