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El cuerpo nunca miente - Alice Miller

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7<br />

Tenemos derecho a sentir<br />

Una mujer me escribió que, en una terapia que se prolongó durante<br />

años, se había esforzado en perdonar a sus padres las peligrosas<br />

agresiones físicas que le infligieron, porque por lo visto su<br />

madre padecía una psicosis. Cuanto más se obligaba la hija a ser<br />

indulgente, más se hundía en su depresión. Se sentía como encarcelada.<br />

Sólo pintar le ayudaba a desechar sus pensamientos suicidas<br />

y seguir viva. Después de una exposición de pintura vendió<br />

cuadros y varios marchantes le insuflaron muchas esperanzas.<br />

Contenta, se lo explicó a su madre, que también se alegró y le dijo:<br />

«Ahora ganarás mucho dinero y podrás cuidar de mí».<br />

Al leer estas líneas me vino a la memoria una conocida mía,<br />

llamada Klara, que cierta vez, como de pasada, me contó que su<br />

padre, viudo pero rebosante de salud y hábil para los negocios, el<br />

día en que Klara se jubilaba —día que ella esperaba con ilusión,<br />

«como si de una segunda vida se tratara»—, le dijo: «Ahora por<br />

fin tendrás tiempo para ocuparte más de mis negocios». Klara,<br />

que durante toda su vida se había preocupado más de los demás<br />

que de sí misma, no se dio cuenta de que esa frase había caído<br />

sobre ella como una nueva y pesada losa; lo contó con una sonrisa,<br />

casi de buen humor. También su familia consideró que ahora<br />

había llegado realmente el momento de que ella ocupara el<br />

puesto, que estaba vacante, de la veterana secretaria recién fallecida.<br />

(¿Qué podía hacer la pobre Klara con su tiempo libre sino

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