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El cuerpo nunca miente - Alice Miller

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vividas golpearán con más fuerza. Eso es lo que le sucedió al<br />

periodista:<br />

«<strong>El</strong> viaje de vuelta después de la entrevista fue una tortura.<br />

Ya en el taxi estaba exhausto, en un estado febril del que constantemente<br />

me despertaba sobresaltado. Una capa de sudor<br />

frío cubría mi piel. Temía perder mi vuelo. Se me hacía insoportable<br />

tener que esperar una hora y media más para volver a<br />

pincharme. Cada noventa segundos miraba el reloj.<br />

»La drogodependencia convierte el tiempo en tu enemigo.<br />

Esperas. Siempre, en una interminable cadena repetitiva, una y<br />

otra vez. Esperas a que pase el dolor, esperas a tu camello, a<br />

volver a tener dinero, a tener una plaza para desintoxicarte o<br />

simplemente a que, por fin, acabe el día. A que, por fin, todo<br />

acabe. Tras cada pinchazo, el reloj vuelve a ponerse en marcha,<br />

imparable, en tu contra.<br />

»Quizá sea esto lo más engañoso de la adicción: que todo y<br />

todos se convierten en tus enemigos. <strong>El</strong> tiempo, tu <strong>cuerpo</strong>, que<br />

sólo llama la atención mediante odiosas necesidades, los amigos<br />

y la familia, de cuya preocupación no puedes olvidarte, un<br />

mundo que no hace más que plantearte exigencias que sientes<br />

que no puedes afrontar. Nada estructura tanto la vida como la<br />

adicción. No deja lugar para las dudas ni para las decisiones. La<br />

felicidad depende de la droga disponible. La adicción regula el<br />

mundo.<br />

»Esa tarde estaba a sólo unos cientos de kilómetros de distancia<br />

de casa, pero tenía la sensación de que aquello era el fin<br />

del mundo. Mi casa, era ahí donde me esperaba la droga. No<br />

haber perdido el vuelo apaciguaría mi inquietud sólo por poco<br />

tiempo. <strong>El</strong> despegue se había retrasado, volvía a sentir miedo.<br />

Habría podido llorar cada vez que abría los ojos y veía que el<br />

avión seguía en la pista de despegue. <strong>El</strong> mono se extendía lentamente<br />

por mis extremidades y me quemaba los huesos. Un

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