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vividas golpearán con más fuerza. Eso es lo que le sucedió al<br />
periodista:<br />
«<strong>El</strong> viaje de vuelta después de la entrevista fue una tortura.<br />
Ya en el taxi estaba exhausto, en un estado febril del que constantemente<br />
me despertaba sobresaltado. Una capa de sudor<br />
frío cubría mi piel. Temía perder mi vuelo. Se me hacía insoportable<br />
tener que esperar una hora y media más para volver a<br />
pincharme. Cada noventa segundos miraba el reloj.<br />
»La drogodependencia convierte el tiempo en tu enemigo.<br />
Esperas. Siempre, en una interminable cadena repetitiva, una y<br />
otra vez. Esperas a que pase el dolor, esperas a tu camello, a<br />
volver a tener dinero, a tener una plaza para desintoxicarte o<br />
simplemente a que, por fin, acabe el día. A que, por fin, todo<br />
acabe. Tras cada pinchazo, el reloj vuelve a ponerse en marcha,<br />
imparable, en tu contra.<br />
»Quizá sea esto lo más engañoso de la adicción: que todo y<br />
todos se convierten en tus enemigos. <strong>El</strong> tiempo, tu <strong>cuerpo</strong>, que<br />
sólo llama la atención mediante odiosas necesidades, los amigos<br />
y la familia, de cuya preocupación no puedes olvidarte, un<br />
mundo que no hace más que plantearte exigencias que sientes<br />
que no puedes afrontar. Nada estructura tanto la vida como la<br />
adicción. No deja lugar para las dudas ni para las decisiones. La<br />
felicidad depende de la droga disponible. La adicción regula el<br />
mundo.<br />
»Esa tarde estaba a sólo unos cientos de kilómetros de distancia<br />
de casa, pero tenía la sensación de que aquello era el fin<br />
del mundo. Mi casa, era ahí donde me esperaba la droga. No<br />
haber perdido el vuelo apaciguaría mi inquietud sólo por poco<br />
tiempo. <strong>El</strong> despegue se había retrasado, volvía a sentir miedo.<br />
Habría podido llorar cada vez que abría los ojos y veía que el<br />
avión seguía en la pista de despegue. <strong>El</strong> mono se extendía lentamente<br />
por mis extremidades y me quemaba los huesos. Un