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educación «prusiana», cuyas consecuencias nadie calibró. La atmósfera<br />
de esta escuela recuerda algunas descripciones de los<br />
campos de concentración nazis. Sin duda, el sadismo estatal organizado<br />
era allí aún más pérfido y cruel que en las academias<br />
militares, pero sus raíces estaban en el sistema de educación de<br />
los siglos anteriores (véase A. <strong>Miller</strong> 1980). Tanto los que ordenaban<br />
como los que ejecutaban la barbarie sistemática habían experimentado<br />
de pequeños las palizas en sus <strong>cuerpo</strong>s y un sinfín de<br />
métodos de humillación que habían aprendido a la perfección, de<br />
modo que más tarde pudieron a su vez infligirlos, sin sentimientos<br />
de culpa y sin pensar, a otras personas que estaban bajo su<br />
poder, como los niños o los presos. Schiller no sintió la necesidad<br />
de vengar en los demás el terror sufrido en el pasado, pero, a consecuencia<br />
de la brutalidad que soportó en la infancia, su <strong>cuerpo</strong><br />
padeció a lo largo de toda su vida.<br />
Naturalmente, el caso de Schiller no es infrecuente. Millones<br />
de hombres pasaron de niños por escuelas parecidas, donde<br />
aprendieron a doblegarse en silencio a la fuerza de la autoridad so<br />
pena de que los castigaran con dureza o incluso que los mataran.<br />
Estas experiencias contribuyeron a que acataran el cuarto mandamiento<br />
y a que inculcaran con severidad en sus hijos la idea de<br />
que jamás debía cuestionarse esta autoridad. No es de extrañar,<br />
pues, que los hijos de los hijos de esos hombres afirmen todavía<br />
hoy que las palizas sólo les reportaron beneficios.<br />
Sin duda, Schiller es, no obstante, una excepción, por cuanto<br />
en todas sus obras, desde Los bandidos hasta Guillermo Tell,<br />
luchó incesantemente contra el ejercicio del poder ciego por parte<br />
de las autoridades y, a través de su sublime lenguaje, dejó que<br />
brotara en muchas personas la esperanza de que esta batalla algún<br />
día pudiera ganarse. Pero lo que Schiller ignoraba era que la<br />
protesta contra las órdenes absurdas de la autoridad, que aparece<br />
en todas sus obras, se nutría de las más tempranas experiencias