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describir de forma crítica la sociedad burguesa de aquel tiempo<br />
como nadie había hecho antes que él. No obstante, su propia<br />
madre quedó exenta de esta crítica, aunque precisamente ella hubiera<br />
sido la encarnación de ese modelo.<br />
Con treinta y cuatro años, muy poco tiempo después de morir<br />
su madre, Marcel Proust escribió a Montesquiou:<br />
«Desde ahora mi vida ha perdido su única meta, su única<br />
dulzura, su único amor, su único consuelo. He perdido a aquélla<br />
cuya incesante atención me deparaba en paz, en ternura, la única<br />
miel de mi vida… Me consumen toda clase de dolores […].<br />
Como dijo la monja que la cuidaba: “Para ella seguía teniendo<br />
usted cuatro años”» (cit. en Mauriac 2002, pág. 10).<br />
En esta descripción de su amor por su madre se refleja la trágica<br />
dependencia y apego de Proust con respecto a ella, apego que<br />
no le permitió liberarse ni le dio margen para oponerse abiertamente<br />
al constante control. Esta necesidad se tradujo en asma:<br />
«¡Respiro tanto aire que no puedo expulsar!; todo lo que ella me<br />
da debe de ser bueno para mí, aunque me ahogue».<br />
Una ojeada a su infancia esclarece los orígenes de esta tragedia,<br />
nos aclara por qué Proust estuvo tan profundamente<br />
apegado a su madre durante tanto tiempo, sin poder librarse de<br />
ella, pese a los sufrimientos que, sin duda, eso conllevaba.<br />
Los padres de Proust se casaron el 3 de septiembre de 1870, y<br />
el 10 de julio de 1871 nació su primer hijo, Marcel, en una noche<br />
de gran desasosiego en Auteuil, donde la población acusaba todavía<br />
la impresión que había producido la invasión prusiana. Es<br />
fácil imaginar que su madre no pudiera dejar a un lado el nerviosismo<br />
que reinaba en el ambiente para volcar sus emociones y su<br />
cariño en el recién nacido. Asimismo, el <strong>cuerpo</strong> del bebé debió de<br />
percibir, lógicamente, la inquietud, dudando de si su llegada era