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explicó a Mary que no tenía por qué volver a sentir miedo, pues,<br />
de cualquier modo, pegar estaba prohibido y lo que ella había<br />
hecho no estaba permitido. Le explicó que estaba en su derecho<br />
de quejarse, porque también los profesores cometían errores.<br />
Mary volvió a ir contenta a la escuela, y desde entonces incluso<br />
sintió simpatía por esta mujer que había tenido el valor de reconocer<br />
su error. Seguro que la niña entendió claramente que las<br />
emociones de los adultos dependen de sus propias historias y no<br />
del comportamiento de los niños. Y cuando su comportamiento y<br />
su desamparo desaten emociones fuertes en los adultos, los niños<br />
no deben sentirse culpables por ello, como tampoco deben<br />
hacerlo cuando los adultos intenten echarles la culpa («te he<br />
pegado porque has…»).<br />
Un niño que haya vivido la experiencia que Mary vivió no se<br />
responsabilizará, a diferencia de tantas personas, de las emociones<br />
ajenas, sino sólo de las suyas.