Decargar libro - Manuel Requena
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" 54"<br />
como sabía perfectamente hacerlo, y por eso se le atribuye gran parte del salterio,<br />
pero no pudo. Tuvo que cantar en medio de la guerra, en medio de la sangre, en<br />
medio de las persecuciones hasta de sus propios hijos,... pero siguió cantando. Este<br />
mismo salmo es el ejemplo.<br />
Para mi, cuando lo canto ahora, la sangre de la que quiero estar libre, son todas mis<br />
pasiones en desorden, mis fuerzas vitales derramadas, a veces con mucha<br />
crueldad, cuando organizo la conducta mía y de los que se me ponen delante y<br />
caemos en la trampa, hacia mi capricho, mi placer, mi propia satisfacción......<br />
simplemente hacia mí, en vez de hacia Dios. Esos son los impulsos de la sangre de<br />
los que quiero estar libre, porque no me conducen a la salud, a la saluación, sino a<br />
la muerte. O quizás como dice S. Juan en su prólogo, me impiden simplemente el<br />
nacimiento en la vida del Verbo, que precisamente derramando su sangre nos<br />
salvó. Hizo la sangría de la humanidad, y con la “transfusión” que produce la fe,<br />
nos dejó libres de la sangre nuestra, y regados por la suya resucitada, nos dio la<br />
transfusión total de nuestra sangre viciada, por la suya que cura y resucita.<br />
OH DIOS¡ Es una expresión del salmo, y de toda la escritura, que me ha hecho<br />
pensar y gozar después de entender su sentido. Puede verse la traducción<br />
admirativa, “OH Dios¡” con unos ribetes de cursilería, por no estar ya en nuestro<br />
leguaje corriente hablado esa admiración. Ni siquiera en el lenguaje escrito. Pero<br />
cuando uno entiende lo que quiere decir, es el resumen de toda la respuesta del<br />
hombre religioso: la admiración constante de su nombre y de su obra. La postura<br />
espiritual de la que sale toda la vida del hombre en relación con Dios, es la<br />
admiración, y a mi me bastaría ese estado de conciencia admirativo para vivir toda<br />
una eternidad: que me enseñara su esencia, cómo engendra a su Hijo, y cómo de<br />
los dos, procede ese chorro de amor, también persona, que le llaman Espíritu, y en<br />
su enseñanza, que no terminaría nunca de aprender, solo decir... OOOH DIOS¡<br />
DIOS MÍO ¡... OOOOOH DIOS¡¡¡<br />
Eso si solo lo mirase a El. Si mirase su obra con el hombre, tendría que decir con el<br />
salmo OH DIOS, DIOS SALVADOR MIO... porque esa es la obra que le ordenó a<br />
su hijo, que David vio de lejos, y saludó al que iba a venir, a su Señor, que le daría<br />
al hombre su justicia. Por eso dice “LIBRAME DE LA SANGRE..... Y CANTARÁ<br />
MI LENGUA TU JUSTICIA” . La admiración del “OH”, se convierte en un canto a<br />
la justicia. Y la justicia es que me libre de la sangre.... que me haga justo. Porque<br />
Dios no ajusticia, como hacemos los hombres, sino que justifica. Al que le aplica su<br />
justicia, es para hacerlo justo. El que no se somete a su justicia, el que no quiere<br />
librarse de la sangre, ni por lo tanto admira su obra esencial con el hombre, no<br />
puede cantar entendiendo este salmo. No puede entenderlo sino el que se siente<br />
pecador, y por ello, con el Espíritu dentro, y su movimiento de vuelta, en marcha.<br />
Es decir, tiene la experiencia de la realidad del primer versículo: MISERICORDIA<br />
DIOS MIO, POR TU BONDAD. La admiración que nos propone el salmo, no es la<br />
admiración por la creación, ni por la religión, ni por la virtud. Es la admiración del<br />
publicano, no la del fariseo. (ver Lc. 18,9-14) Es la que viene cuando de verdad se