Decargar libro - Manuel Requena
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" 84"<br />
del nombre Jesús, es estar preparado para que el Verbo se haga carne.<br />
A LOS QUE NO NACEN DE LA SANGRE, NI DE LA VOLUNTAD DE LA<br />
CARNE, NI DE LA VOLUNTAD DEL HOMBRE, SINO QUE NACEN DE<br />
DIOS.<br />
OI OUK EX AIMATON OUDE EK ZELEMATOS SARCOS OUDE EK ZELEMATOS ANDROS<br />
ALL´EK ZEOU EGENNEZESAN.-<br />
1,13 oi¯ ouµk eµc ai˜ma@twn ouµde` eµk qelh@matoj sarko`j ouµde` eµk qelh@matoj aµndro`j aµll·<br />
eµk qeou^ eµgennh@qhsan.<br />
Cuatro formas de nacer pueden tener los hombres, según el mensaje de Juan. Tres,<br />
que no son nacimiento de los hijos de Dios sino: de la sangre, de la voluntad de la<br />
carne, y de la voluntad del hombre. Y una cuarta forma, que sí es de los tienen el<br />
poderío o posibilidad de ser los hijos de Dios: y Juan los designa simplemente<br />
como “los que nacen de Dios”. En otro sitio dice que son “los que nacen del agua y<br />
de la sangre....”, pero habla de otra sangre, también de un hombre, pero distinta. Es<br />
sangre que se bebe, y que da vida eterna, porque limpia del pecado, es la nueva<br />
comunión entre los hombres que han nacido de Dios. Es la sangre de Jesús<br />
derramada en la cruz.<br />
Nacer de lo alto, nacer de Dios, es un tema que desarrolla Juan, en el encuentro de<br />
Jesús con Nicodemo, pero que aquí lo inicia ya, y prepara la gran revelación de la<br />
semilla de Dios, del “sperma tou Zeou”, de su “pleroma”, que será el gran regalo de<br />
Jesús. La respuesta es la fe. Como en la respuesta de María, se produjo el milagro,<br />
también para nosotros decir Si, poniéndose en camino, pone en marcha el proceso<br />
de ser ya hijos de Dios. Como ha dicho en el versículo anterior, creer en su nombre<br />
es nacer de Dios.<br />
La fe como respuesta del nuevo hombre, no por lo que ve, sino por lo que oye, no<br />
nacido de la carne y de sus voluntades, sino de Dios, es un acto muy simple en el<br />
principio, pero sumamente complejo en su desarrollo. Es como el hombre mismo.<br />
De hecho será la última bienaventuranza del Evangelio de Juan: “dichosos los que<br />
creen sin haber visto”. Los Apóstoles creyeron en el Jesús de carne, por las cosas<br />
que hacía, por lo que hablaba, por su forma de mirar y de llamar, que cada uno de<br />
ellos sintió dentro de sí como un pellizco, y que ya nunca los dejó indiferentes ante<br />
la nueva forma de ver e interpretar el mundo. Pero a pesar de ello, a pesar de la fe<br />
que tenían, (y eran nada menos que los elegidos para ser cimientos de la Iglesia),<br />
no fue suficiente para creer en su mensaje de resurrección, proclamado por la<br />
palabra de las mujeres que vieron la tumba vacía, y que habían recibido a su vez el<br />
mensaje de unos ángeles. De hecho Jesús, lo primero que hizo al presentarse en<br />
medio de ellos, con su nueva vida de hombre resucitado, fue echarles en cara su<br />
falta de fe. ¡Y si los que habían vivido con El tres largos años, codo a codo, y oído<br />
su palabra física, no creyeron hasta que le vieron resucitado, y alguno hasta que<br />
metió la mano en sus heridas de crucificado….!, ¡Qué será de nosotros?...