Decargar libro - Manuel Requena
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" 8"<br />
-.I.-<br />
AL SALMO 94<br />
(Invitatorio, llamando al Oficio Divino, ¡Venid, aclamemos al Señor…….!)<br />
Todos los días nos pone la Iglesia a los rezadores del Oficio Divino, un canto que<br />
debe pronunciarse con los labios del alma, como llave de abrir la puerta de la sala<br />
donde descansa su Esposo. Siendo un canto de entrada a su presencia, el salmo 94,<br />
‘invitatorio’, llama a la aclamación en el nuevo templo de la alabanza. Para el que<br />
cree, y tiene en la Palabra el templo de presencia definitiva en la tierra prometida,<br />
nada mas empezar a recitarlo, ya siente cercanía, la fuerza de su voz que llama a la<br />
experiencia. Reconozco que para mí tiene aroma de ecos especiales, por el tiempo<br />
que estuve en aquel silencio sonoro de la Trapa, donde a las tres y media de la<br />
madrugada, comenzaba a sonar este salmo en el coro, entonado por los mas<br />
madrugadores, despacito, casi como un susurro, a oscuras aún, y sin<br />
acompañamiento de órgano todavía, “a capella”, aquel “venite, adoremos<br />
Dominum”. Mientras se recitaba, iban llegando los monjes rezagados a Maitines,<br />
medio adormilados, y con aquel olor a chocolate, mezclado con la esencia del<br />
incienso, que pegada a la tarima de madera, perfumaba el coro de los padres.<br />
Las primeras notas del 'venite', en latín y en gregoriano por supuesto, no solo<br />
llamaban al monje a la alabanza, sino a toda la Iglesia, y quizás a toda la<br />
humanidad. Algunas veces lo he sentido incluso, como llamando a toda la<br />
creación, la naturaleza y la sobrenaturalaza, a estar presente en aquel pequeño coro<br />
de los 'padres', que eran los cantores. Los hermanos legos, tenían otro coro, y<br />
rezaban eternos padrenuestros, acompasados y arropados por el canto llano.<br />
Con esos ecos emocionales del 'fervor novicio', de los primeros placeres de<br />
alabanza de un cantor piadoso aún resonando en mí, y con la experiencia de llevar<br />
casi cuarenta años recitándolo día a día, digo la verdad, Tú lo sabes Dios mío,<br />
nunca me ha parecido el salmo monótono o cansado, sino cada vez distinto, nuevo<br />
y más profundo en su sentido, más ‘invitante’ cada día a entrar a la presencia. Así<br />
lo quiero comentar. Quiero cantarle al canto.<br />
Recuerdo que me lo enseñó a entonar y recitar el P. Juan Bautista, mi profesor de<br />
Gregoriano. Era un monje ‘de verdad’. No había tenido otra vida que la de la<br />
Trapa, porque entró de niño, como oblato entregado por sus padres al Monasterio,<br />
y muy pocas veces había salido de el. Recuerdo su alma de niño que me llamó<br />
mucho la atención por su simpleza, y por el ardor que ponía en la alabanza. Toda<br />
la pasión que yo había visto en las voces y en los ojos de los cantores nocturnos, en<br />
el mundo estudiantil de Granada, y concretamente en las noche de serenata,<br />
cantando con la tuna o con mi trío, enamorado, bajo alguna ventana del Albaicín,