Decargar libro - Manuel Requena
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empezar cualquier Oración, decimos, santiguándonos, “en el nombre del PADRE Y<br />
DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO”<br />
Ser Santo, santificar su nombre, es parecerse al Padre, que está en plenitud de<br />
armonía con su Palabra y con su Espíritu. Yo me santifico, y santidico su nombre,<br />
cuando estoy en armonía interior también con su Palabra y con su Espíritu. Y me<br />
parezco a El ya por el simple (y a la vez complejo) acto de estar interiormente en<br />
armonía con mi propia palabra y con mi conciencia.<br />
TU NOMBRE<br />
En la oración, lo que se califica como SANTO, es el nombre de Dios. Nada más, ni<br />
nada menos. La identificación en mi cerebro de la noticia que tengo de Dios, se<br />
hace a través de su nombre. Y estamos quizás ante lo más esotérico de la oración,<br />
conectado con el modo de ser hombre, y especialmente de ser hombre nuevo.<br />
Cuando yo nombro algo, es que tengo noticia de ello, y de alguna forma lo<br />
conozco.<br />
Cuando nombro a alguien, a una persona, de alguna forma me pongo en contacto<br />
con ella, la reconozco dentro de mis circuitos de neuronas, y si le dirijo la palabra,<br />
me relaciono con ella, desde ese nombre que pronuncio, surge el admirable<br />
fenómeno de luz y calor que se llama amor. Ese es el fundamento de la oración, y<br />
de la plenitud del hombre.<br />
Cuando digo “santificado sea tu nombre”, estoy enmarcando dentro de mí el<br />
ámbito de la oración, estoy comunicándome con mi Padre, en lo santo, en lo<br />
interior, en la verdad del espíritu. Es ahí donde fijo en lo santo su nombre, donde<br />
lo “Santifijo”, y a partir de ahí, si lo hago bien, puedo seguir hablando, pidiendo,<br />
recibiendo y reconociendo que todo es gratis, es decir dando gracias. Si no santifijo<br />
su Nombre, no puedo entrar en sintonía con El, no me pongo en la onda de<br />
comunicación.<br />
VENGA.-<br />
¿Cómo puedo pedirte que vengas, si ya estás aquí? Tú me dijiste a mí que viniera a<br />
la vida, y aquí también estoy. Si los dos estamos, ¿Que nos falta para unirnos? ¿O<br />
será que tu Reino siempre viene, porque es el devenir eterno?. Quizás la clave esté<br />
en el ver, en el darse cuenta. Cuando llamaste a Juan y a Andrés, que ya iban trás<br />
de ti, les dijiste, “Venid y ved”, y se quedaron contigo aquel día, y para ellos llegó<br />
por fin el Reino. Cuando yo profetizo “venga” tu reino, es porque necesito que ese<br />
reino se me haga presente también en lo físico, en mi conducta, en mi apreciación<br />
del mundo íntimo y del que me rodea, pero “viéndolo”, tocándolo,<br />
contemplándolo, como hizo Juan y nos lo cuenta en su carta.