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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro

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-Le dijeron que la iban a llevar a otra finca -dijo él con la ansiedad <strong>de</strong> que se lo creyera-. Le<br />

dijeron que se bajara <strong>de</strong>l carro, y ella siguió caminando a<strong>de</strong>lante y le dispararon por <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> la cabeza. No pudo darse cuenta <strong>de</strong> nada.<br />

La imagen <strong>de</strong> Marina caminando a tientas con la capucha al revés hacia <strong>un</strong>a finca<br />

imaginaria iba a perseguir a Maruja muchas noches <strong>de</strong> insomnios. Más que a la muerte<br />

misma, le temía a la luci<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l momento final. Lo único que le inf<strong>un</strong>dió algún consuelo<br />

fue la caja <strong>de</strong> pastillas somníferas que había ahorrado como perlas preciosas, para tragarse<br />

<strong>un</strong> puñado antes que <strong>de</strong>jarse arrastrar por las buenas al mata<strong>de</strong>ro.<br />

En las <strong>noticia</strong>s <strong>de</strong>l mediodía vio por fin a Beatriz, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> su gente y en <strong>un</strong> apartamento<br />

lleno <strong>de</strong> flores que reconoció al instante a pesar <strong>de</strong> los cambios: era el suyo. Sin embargo,<br />

la alegría <strong>de</strong> verla se estropeó con el disgusto <strong>de</strong> la nueva <strong>de</strong>coración. La biblioteca nueva<br />

le pareció bien hecha y en el lugar en que ella la quería, pero los colores <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s y las<br />

alfombras eran insoportables, y el caballo <strong>de</strong> la dinastía Tang estaba atravesado don<strong>de</strong> más<br />

estorbaba. Indiferente a su situación empezó a regañar al marido y a los hijos como si<br />

pudieran oírla en la pantalla. «¡Qué brutos! -gritó-. ¡Es todo al revés <strong>de</strong> lo que yo había<br />

dicho!» Los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> salir libre se redujeron por <strong>un</strong> instante a las ansias <strong>de</strong> cantarles la<br />

tabla por lo mal que lo habían hecho.<br />

En esa tormenta <strong>de</strong> sensaciones y sentimientos encontrados, los días se le habían hecho<br />

invivibles y las noches, interminables. La impresionaba dormir en la cama <strong>de</strong> Marina,<br />

cubierta con su manta, atormentada por su olor, y cuando empezaba a dormirse oía en las<br />

tinieblas, j<strong>un</strong>to a ella en la misma cama, sus susurros <strong>de</strong> abeja. Una noche no fue <strong>un</strong>a<br />

alucinación sino <strong>un</strong> prodigio <strong>de</strong> la vida real. Marina la agarró <strong>de</strong>l brazo con su mano <strong>de</strong><br />

viva, tibia y tierna, y le sopló al oído con su voz natural: «Maruja».<br />

No lo consi<strong>de</strong>ró <strong>un</strong>a alucinación porque en Yakarta había vivido otra experiencia fantástica.<br />

En <strong>un</strong>a feria d<strong>de</strong>e antigüeda<strong>de</strong>s había comprado la escultura <strong>de</strong> <strong>un</strong> hermoso mancebo <strong>de</strong><br />

tamaño natural, con <strong>un</strong> pie apoyado sobre la cabeza <strong>de</strong> <strong>un</strong> niño vencido. Tenía <strong>un</strong>a aureola<br />

como los santos católicos, pero ésta era <strong>de</strong> latón, y el estilo y los materiales hacían pensar<br />

en <strong>un</strong> añadido <strong>de</strong> pacotilla. Sólo tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tenerla en el mejor lugar <strong>de</strong> la casa se<br />

enteró <strong>de</strong> que era el Dios <strong>de</strong> la Muerte.<br />

Maruja soñó <strong>un</strong>a noche que trataba <strong>de</strong> arrancarle la aureola a la estatua porque le parecía<br />

muy fea, pero no lo logró. Estaba soldada al bronce. Despertó muy molesta por el mal<br />

recuerdo, corrió a ver la estatua en el salón <strong>de</strong> la casa, y encontró al dios <strong>de</strong>scoronado y la<br />

aureola tirada en el piso como si fuera el final <strong>de</strong> su sueño. Maruja -que es racionalista y<br />

agnóstica-, se conformó con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que era ella misma, en <strong>un</strong> episodio irrecordable <strong>de</strong><br />

sonambulismo, quien le había quitado la aureola al Dios <strong>de</strong> la Muerte.<br />

Al principio <strong>de</strong>l cautiverio se había sostenido por la rabia que le causaba la sumisión <strong>de</strong><br />

Marina. Más tar<strong>de</strong> fue la compasión por su amargo <strong>de</strong>stino y los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> darle alientos<br />

para vivir. La sostuvo el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> fingir <strong>un</strong>a fuerza que no tenía cuando Beatriz empezaba a<br />

per<strong>de</strong>r el control, y la necesidad <strong>de</strong> mantener su propio equilibrio cuando la adversidad las<br />

abrumaba. Alguien tenía que asumir el mando para no h<strong>un</strong>dirse, y había sido ella, en <strong>un</strong><br />

espacio lúgubre y pestilente <strong>de</strong> tres metros por dos y medio, durmiendo en el suelo,<br />

comiendo sobras <strong>de</strong> co~ cina y sin la certidumbre <strong>de</strong> estar viva en el minuto siguiente. Pero<br />

cuando no quedó nadie más en el cuarto ya no tenía por qué fingir: estaba sola ante sí<br />

misma.<br />

La certidumbre <strong>de</strong> que Beatriz había informado a su familia sobre el modo como podían<br />

dirigirse a ella por radio y televisión la mantuvo alerta. En efecto, Villamizar apareció

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