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<strong>de</strong>scribir lo que siento cada minuto: el dolor, la angustia y los días <strong>de</strong> terror que he pasado»,<br />

escribió en su diario. Temía por su vida, en efecto, sobre todo por el miedo inagotable <strong>de</strong> <strong>un</strong><br />

rescate armado. La <strong>noticia</strong> <strong>de</strong> su liberación se redujo a <strong>un</strong>a frase insidiosa: «Ya casi». La<br />

aterrorizaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, aquélla fuera <strong>un</strong>a táctica infinita en espera <strong>de</strong> que se instalara la<br />

Asamblea Constituyente y tomara <strong>de</strong>terminaciones concretas sobre la extradición y el<br />

indulto. Don Pacho, que antes <strong>de</strong>moraba largas horas con ella, que discutía, que la<br />

informaba bien, se hizo cada vez más distante. Sin explicación alg<strong>un</strong>a, no volvieron a<br />

llevarle los periódicos. Las <strong>noticia</strong>s, y a<strong>un</strong> las telenovelas, adquirieron el ritmo <strong>de</strong>l país<br />

paralizado por el éxodo <strong>de</strong>l Año Nuevo.<br />

Durante más <strong>de</strong> <strong>un</strong> mes la habían distraído con la promesa <strong>de</strong> que vería a Pablo Escobar en<br />

persona. Ensayó su actitud, sus argumentos, su tono, segura <strong>de</strong> que sería capaz <strong>de</strong> entablar<br />

con él <strong>un</strong>a negociación. Pero la <strong>de</strong>mora eterna la había llevado a extremos inconcebibles <strong>de</strong><br />

pesimismo.<br />

Dentro <strong>de</strong> aquel horror su imagen tutelar fue la <strong>de</strong> su madre, <strong>de</strong> quien heredó quizás el<br />

temperamento apasionado, la fe inquebrantable y el sueño escurridizo <strong>de</strong> la felicidad.<br />

Tenían <strong>un</strong>a virtud <strong>de</strong> com<strong>un</strong>icación recíproca que se reveló en los meses oscuros <strong>de</strong>l<br />

<strong>secuestro</strong> como <strong>un</strong> milagro <strong>de</strong> clarivi<strong>de</strong>ncia. Cada palabra <strong>de</strong> Nydia en la radio o la<br />

televisión, cada gesto suyo, el énfasis menos pensado le transmitían a Diana recados<br />

imaginarios en las tinieblas <strong>de</strong>l cautiverio. «Siempre la he sentido como si fuera mi ángel<br />

<strong>de</strong> la guarda», escribió. Estaba segura <strong>de</strong> que en medio <strong>de</strong> tantas frustraciones, el éxito final<br />

sería el <strong>de</strong> la <strong>de</strong>voción y la fuerza <strong>de</strong> su madre. Alentada por esa certidumbre, concibió la<br />

ilusión <strong>de</strong> que sería liberada la noche <strong>de</strong> Navidad.<br />

Esa ilusión la sostuvo en vilo durante la fiesta que le hicieron la víspera los dueños <strong>de</strong> casa,<br />

con asado a la parrilla, discos <strong>de</strong> salsa, aguardiente, pólvora y globos <strong>de</strong> colores. Diana lo<br />

interpretó como <strong>un</strong>a <strong>de</strong>spedida. Más aún: había <strong>de</strong>jado listo sobre la cama el maletín que<br />

tenía preparado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> noviembre para no per<strong>de</strong>r tiempo cuando llegaran a buscarla. La<br />

noche era helada y el viento aullaba entre los árboles como <strong>un</strong>a manada <strong>de</strong> lobos, pero ella<br />

lo interpretaba como el augurio <strong>de</strong> tiempos mejores. Mientras repartían los regalos a los<br />

niños pensaba en los suyos, y se consoló con la esperanza <strong>de</strong> estar con ellos la noche <strong>de</strong><br />

mañana. El sueño se hizo menos improbable porque sus carceleros le regalaron <strong>un</strong>a<br />

chaqueta <strong>de</strong> cuero forrada por <strong>de</strong>ntro, tal vez escogida a propósito para que soportara bien<br />

la tormenta. Estaba segura <strong>de</strong> que su madre la había esperado a cenar, como todos los años,<br />

y que había puesto la corona <strong>de</strong> muérdago en la puerta con <strong>un</strong> letrero para ella: Bienvenida.<br />

Así había sido, en efecto. Diana siguió tan segura <strong>de</strong> su liberación, que esperó hasta<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que se apagaron en el horizonte las últimas migajas <strong>de</strong> la fiesta y amaneció <strong>un</strong>a<br />

nueva mañana <strong>de</strong> incertidumbres.<br />

El miércoles siguiente estaba sola frente a la televisión, rastreando canales, y <strong>de</strong> pronto<br />

reconoció en la pantalla al pequeño hijo <strong>de</strong> Alexandra Uribe. Era el programa Enfoque<br />

<strong>de</strong>dicado a la Navidad. Su sorpresa fue mayor cuando <strong>de</strong>scubrió que era la Nochebuena que<br />

ella le había pedido a su madre en la carta que le llevó Azucena. Estaba la familia <strong>de</strong><br />

Maruja y Beatriz, y la familia Turbay en pleno: los dos niños <strong>de</strong> Diana, sus hermanos, y su<br />

padre en el centro, gran<strong>de</strong> y abatido. «Nosotros no estábamos para fiestas -ha dicho Nydia-.<br />

Sin embargo, <strong>de</strong>cidí cumplir con los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> Diana y armé en <strong>un</strong>a hora el árbol <strong>de</strong><br />

Navidad y el pesebre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la chimenea. » A pesar <strong>de</strong> la buena vol<strong>un</strong>tad <strong>de</strong> todos <strong>de</strong> no<br />

<strong>de</strong>jar a los secuestrados <strong>un</strong> recuerdo triste, fue más <strong>un</strong>a ceremonia <strong>de</strong> duelo que <strong>un</strong>a<br />

celebración. Pero Nydia estaba tan segura <strong>de</strong> que Diana sería liberada esa noche, que puso<br />

en la puerta el adorno navi<strong>de</strong>ño con el letrero dorado: Bienvenida. «Confieso mi dolor por

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