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lo que tuviera que cocinar para el almuerzo -la carne, las legumbres, las papas, los frijoles,<br />

todo j<strong>un</strong>to y revuelto- y la ponía al fuego hasta que sonaba el silbato.<br />

Sus frecuentes peleas con el marido <strong>de</strong>mostraban <strong>un</strong> po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> rabia y <strong>un</strong>a imaginación para<br />

los improperios que a veces alcanzaba cumbres <strong>de</strong> inspiración. Tenían dos niñas, <strong>de</strong> nueve<br />

y siete años, que iban a <strong>un</strong>a escuela cercana, y a veces invitaban a otros niños a ver la<br />

televisión o a jugar en el patio. La maestra los visitaba alg<strong>un</strong>os sábados, y otros amigos más<br />

ruidosos llegaban cualquier día e improvisaban fiestas con música. Entonces cerraban con<br />

candado la puerta <strong>de</strong>l cuarto y obligaban a apagar el radio, a ver la televisión sin sonido y a<br />

no ir al baño a<strong>un</strong> en casos <strong>de</strong> urgencia.<br />

A finales <strong>de</strong> octubre, Diana Turbay observó que Azucena estaba preocupada y triste. Había<br />

pasado el día sin hablar y en ánimo <strong>de</strong> no compartir nada. No era raro: su fuerza <strong>de</strong><br />

abstracción no era nada común, sobre todo cuando leía, y más aún si el libro era la Biblia.<br />

Pero su mutismo <strong>de</strong> entonces coincidía con <strong>un</strong> humor asustadizo y <strong>un</strong>a pali<strong>de</strong>z inusual.<br />

Puesta en confesión, le reveló a Diana que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía dos semanas tenía el temor <strong>de</strong> estar<br />

encinta. Sus cuentas eran claras. Llevaba más <strong>de</strong> cincuenta días en cautiverio y dos fallas<br />

consecutivas. Diana dio <strong>un</strong> salto <strong>de</strong> alegría por la buena nueva -en <strong>un</strong>a reacción típica <strong>de</strong><br />

ella- pero se hizo cargo <strong>de</strong> la pesadumbre <strong>de</strong> Azucena.<br />

En <strong>un</strong>a <strong>de</strong> sus primeras visitas, don Pacho les había hecho la promesa <strong>de</strong> que saldrían el<br />

primer jueves <strong>de</strong> octubre. Les pareció cierto, porque hubo cambios notables: mejor trato,<br />

mejor comida, mayor libertad <strong>de</strong> movimientos. Sin embargo, siempre aparecía <strong>un</strong> pretexto<br />

para cambiar <strong>de</strong> fecha. Después <strong>de</strong>l jueves an<strong>un</strong>ciado les dijeron que serían libres el 9 <strong>de</strong><br />

diciembre para celebrar la elección <strong>de</strong> la Asamblea Nacional Constituyente. Así siguieron<br />

con la Navidad, el Año Nuevo, el día <strong>de</strong> Reyes, o el cumpleaños <strong>de</strong> alguien, en <strong>un</strong> collar <strong>de</strong><br />

aplazamientos que más bien parecían cucharaditas <strong>de</strong> consuelo.<br />

Don Pacho siguió visitándolas en noviembre. Les llevó libros nuevos, periódicos <strong>de</strong>l día,<br />

revistas atrasadas y cajas <strong>de</strong> chocolate. Les hablaba <strong>de</strong> los otros secuestrados. Cuando<br />

Diana supo que no era prisionera <strong>de</strong>l cura Pérez, se encarnizó en obtener <strong>un</strong>a entrevista con<br />

Pablo Escobar, no tanto para publicarla -si era el casocomo para discutir con él las<br />

condiciones <strong>de</strong> su rendición. Don Pacho le contestó a fines <strong>de</strong> octubre que la solicitud<br />

estaba aprobada. Pero los noticieros <strong>de</strong>l 7 <strong>de</strong> noviembre le dieron el primer golpe mortal a<br />

la ilusión: la transmisión <strong>de</strong>l partido <strong>de</strong> fútbol entre el equipo <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín y el Nacional fue<br />

interrumpido para dar la <strong>noticia</strong> <strong>de</strong>l <strong>secuestro</strong> <strong>de</strong> Maruja Pachón y Beatriz Villamizar.<br />

Juan Vitta y Hero Buss la oyeron en su cárcel y les pareció la peor <strong>noticia</strong>. También ellos<br />

habían llegado a la conclusión <strong>de</strong> que no eran más que los extras <strong>de</strong> <strong>un</strong>a película <strong>de</strong> horror.<br />

«Material <strong>de</strong> relleno», como <strong>de</strong>cía Juan Vitta. «Desechables», como les <strong>de</strong>cían los<br />

guardianes. Uno <strong>de</strong> éstos, en <strong>un</strong>a discusión acalorada, le había gritado a Hero Buss:<br />

-Usted cállese, que aquí no está ni invitado.<br />

Juan Vitta sucumbió a la <strong>de</strong>presión, ren<strong>un</strong>ció a comer, durmió mal, perdió el norte, y optó<br />

por la solución compasiva <strong>de</strong> morirse <strong>un</strong>a vez y no morirse millones <strong>de</strong> veces cada día.<br />

Estaba pálido, se le dormía <strong>un</strong> brazo, tenía la respiración difícil y el sueño sobresaltado. Sus<br />

únicos diálogos fueron entonces con sus parientes muertos que veía en carne y hueso<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su cama. Alarmado, Hero Buss armó <strong>un</strong> escándalo alemán. «Si Juan se muere<br />

aquí los responsables son uste<strong>de</strong>s», les dijo a los guardianes. La advertencia fue atendida.<br />

El médico que le llevaron fue el doctor Conrado Prisco Lopera, hermano <strong>de</strong> David Ricardo<br />

y Armando Alberto Prisco Lopera -<strong>de</strong> la famosa banda <strong>de</strong> los Priscos- que trabajaban con

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