gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro
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-Yo llego hasta ponerme la camisa <strong>de</strong> dormir -dijo-. Pero estar aquí pintada como <strong>un</strong>a loca,<br />
¿en este estado? No, Marina, eso sí que no.<br />
Marina se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />
-Pues yo sí.<br />
Como no tenían espejo, le dio a Beatriz los útiles <strong>de</strong> belleza, y se sentó en la cama para que<br />
la maquillara. Beatriz lo hizo a fondo y con buen gusto, a la luz <strong>de</strong> la veladora: <strong>un</strong> toque <strong>de</strong><br />
colorete para disimular la pali<strong>de</strong>z mortal <strong>de</strong> la piel, los labios intensos, la sombra <strong>de</strong> los<br />
párpados. Ambas se sorprendieron <strong>de</strong> cuán bella podía ser todavía aquella mujer que había<br />
sido célebre por su encanto personal y su hermosura. Beatriz se conformó con la cola <strong>de</strong><br />
caballo y su aire <strong>de</strong> colegiala.<br />
Aquella noche Marina <strong>de</strong>splegó su gracia irresistible <strong>de</strong> antioqueña. Los guardianes la<br />
imitaron, y cada quien dijo lo que quiso con la voz que Dios le dio. Salvo el mayordomo,<br />
que a<strong>un</strong> en la altamar <strong>de</strong> la borrachera seguía hablando en susurros. El Lamparón,<br />
envalentonado por los tragos, se atrevió a regalarle a Beatriz <strong>un</strong>a loción <strong>de</strong> hombre. «Para<br />
que estén bien perfumadas con los mil ones <strong>de</strong> abrazos que les van a dar el día que las<br />
suelten», les dijo. El bruto <strong>de</strong>l mayordomo no lo pasó por alto y dijo que era <strong>un</strong> regalo <strong>de</strong><br />
amor reprimido. Fue <strong>un</strong> nuevo terror entre los muchos <strong>de</strong> Beatriz.<br />
A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las secuestradas, estaban el mayordomo y su mujer, y los cuatro guardianes <strong>de</strong><br />
turno. Beatriz no podía soportar el nudo en la garganta. Maruja la pasó nostálgica y<br />
avergonzada, pero a<strong>un</strong> así no podía disimular la admiración que le causó Marina,<br />
espléndida, rejuvenecida por el maquillaje, con la camisa blanca, la cabellera nevada, la voz<br />
<strong>de</strong>liciosa. Era inconcebible que fuera feliz, pero logró que lo creyeran.<br />
Hacía bromas con los guardianes que se levantaban la máscara para beber. A veces,<br />
<strong>de</strong>sesperados por el calor, les pedían a las rehenes que les dieran la espalda para respirar. A<br />
las doce en p<strong>un</strong>to, cuando estallaron las sirenas <strong>de</strong> los bomberos y las campanas <strong>de</strong> las<br />
iglesias, todos estaban apretujados en el cuarto, sentados en la cama, en el colchón, sudando<br />
en el calor <strong>de</strong> fragua. En la televisión estalló el himno nacional. Entonces Maruja se<br />
levantó, y les or<strong>de</strong>nó a todos que se pusieran <strong>de</strong> pie para cantarlo con ella. Al final levantó<br />
el vaso <strong>de</strong> vino <strong>de</strong> manzana, y brindó por la paz <strong>de</strong> Colombia. La fiesta terminó media hora<br />
<strong>de</strong>spués, cuando se acabaron las botellas, y en el platón sólo quedaba el hueso pelado <strong>de</strong>l<br />
pernil y las sobras <strong>de</strong> la ensalada <strong>de</strong> papa.<br />
El turno <strong>de</strong> relevo fue saludado por las rehenes con <strong>un</strong> suspiro <strong>de</strong> alivio, pues eran los<br />
mismos que las habían recibido la noche <strong>de</strong>l <strong>secuestro</strong>, y ya sabían cómo tratarlos. Sobre<br />
todo Maruja, cuya salud la mantenía con el ánimo <strong>de</strong>caído. Al principio el terror se le<br />
convertía en dolores erráticos por todo el cuerpo que la obligaban a asumir posturas<br />
invol<strong>un</strong>tarias. Pero más tar<strong>de</strong> se volvieron concretos por el régimen inhumano impuesto por<br />
los guardianes. A principios <strong>de</strong> diciembre le impidieron ir al baño <strong>un</strong> día entero como<br />
castigo por su rebeldía, y cuando se lo permitieron no le fue posible hacer nada. Ése fue el<br />
principio <strong>de</strong> <strong>un</strong>a cistitis persistente y, más tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong> <strong>un</strong>a hemorragia que le duró hasta el<br />
final <strong>de</strong>l cautiverio.<br />
Marina, que había aprendido con su esposo a hacer masajes <strong>de</strong> <strong>de</strong>portistas, se empeñó a<br />
restaurarla con sus fuerzas exiguas. Aún le sobraban los buenos ánimos <strong>de</strong>l Año Nuevo.<br />
Seguía optimista, contaba anécdotas: vivía. La aparición <strong>de</strong> su nombre y su fotografía en<br />
<strong>un</strong>a campaña <strong>de</strong> televisión en favor <strong>de</strong> los secuestrados le <strong>de</strong>volvió las esperanzas y la<br />
alegría. Se sintió otra vez la que era, que ya existía, que allí estaba. Apareció siempre en la