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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro

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-Usted no pue<strong>de</strong> quitármela -le dijo-. Eso sí sería <strong>de</strong> mal agüero, me pasará algo malo.<br />

Él se contagió <strong>de</strong> su angustia. Le explicó que las medallas estaban prohibidas porque<br />

podían tener <strong>de</strong>ntro mecanismos electrónicos para localizarlas a distancia. Pero encontró la<br />

solución:<br />

-Hagamos <strong>un</strong>a cosa -propuso-: qué<strong>de</strong>se con la ca<strong>de</strong>na, pero <strong>de</strong>me la medalla. Perdone<br />

usted, pero es la or<strong>de</strong>n que me dieron.<br />

Lamparón, por su lado, tenía la obsesión <strong>de</strong> que iban a matarlo, y sufría espasmos <strong>de</strong> terror.<br />

Oía ruidos fantásticos, inventó que tenía en la cara <strong>un</strong>a cicatriz tremenda, tal vez para<br />

conf<strong>un</strong>dir a quienes trataran <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificarlo. Limpiaba con alcohol las cosas que tocaba<br />

para no <strong>de</strong>jar huellas digitales. Marina se burlaba <strong>de</strong> él, pero no lograba mo<strong>de</strong>rar sus<br />

<strong>de</strong>lirios. De pronto <strong>de</strong>spertaba en mitad <strong>de</strong> la noche. «¡Oigan! -susurraba aterrado-. ¡Ya<br />

viene la policía! » Una noche apagó la veladora, y Maruja se dio <strong>un</strong> golpe brutal con la<br />

puerta <strong>de</strong>l baño. Estuvo a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el sentido. Encima <strong>de</strong> todo, Lamparón la regañó<br />

por no saber moverse en la oscuridad.<br />

-Ya no joda más -lo plantó ella-. Esto no es <strong>un</strong>a película <strong>de</strong> <strong>de</strong>tectives.<br />

También los guardianes parecían secuestrados. No podían moverse en el resto <strong>de</strong> la casa, y<br />

las horas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scanso las dormían en otro cuarto cerrado con candado para que no<br />

escaparan. Todos eran antioqueños rasos, conocían mal a Bogotá, y alg<strong>un</strong>o contó que<br />

cuando salían <strong>de</strong>l servicio, cada veinte o treinta días, los llevaban vendados o en el baúl <strong>de</strong>l<br />

automóvil para que no supieran dón<strong>de</strong> estaban. Otro temía que lo mataran cuando ya no<br />

fuera necesario, para que se llevara sus secretos a la tumba. Sin ning<strong>un</strong>a regularidad<br />

aparecían jefes encapuchados y mejor vestidos, que recibían informes e impartían<br />

instrucciones. Sus <strong>de</strong>cisiones eran imprevisibles, y las secuestradas y los guardianes, por<br />

igual, estaban a merced <strong>de</strong> ellos.<br />

El <strong>de</strong>say<strong>un</strong>o <strong>de</strong> las rehenes llegaba a la hora menos pensada: café con leche y <strong>un</strong>a arepa con<br />

<strong>un</strong>a salchicha encima. Almorzaban frijoles o lentejas en <strong>un</strong> agua gris; pedacitos <strong>de</strong>. carne en<br />

posos <strong>de</strong> grasa, <strong>un</strong>a cucharada <strong>de</strong> arroz y <strong>un</strong>a gaseosa. Tenían que comer sentadas en el<br />

colchón, pues no había <strong>un</strong>a silla en el cuarto, y sólo con cuchara, pues cuchillos y tenedores<br />

estaban prohibidos por normas <strong>de</strong> seguridad. La cena se improvisaba con los frijoles<br />

recalentados y otras sobras <strong>de</strong>l almuerzo.<br />

Los guardianes <strong>de</strong>cían que el dueño <strong>de</strong> casa, a quien llamaban el mayordomo, se quedaba<br />

con la mayor parte <strong>de</strong>l presupuesto. Era <strong>un</strong> cuarentón robusto, <strong>de</strong> estatura media, cuya cara<br />

<strong>de</strong> fa<strong>un</strong>o podía adivinarse por su dicción gangosa y los ojos inyectados y mal dormidos que<br />

se asomaban por los agujeros <strong>de</strong> la capucha. Vivía con <strong>un</strong>a mujer chiquita, chillona,<br />

<strong>de</strong>sarrapada y <strong>de</strong> dientes carcomidos. Se llamaba Damaris y cantaba salsa, vallenatos y<br />

bambucos durante todo el día con toda la voz y con <strong>un</strong> oído <strong>de</strong> artillero, pero con tanto<br />

entusiasmo, que era imposible no imaginarse que andaba bailando sola con su propia<br />

música por toda la casa.<br />

Los platos, los vasos y las sábanas, seguían usándose sin lavar hasta que las rehenes<br />

protestaban. El inodoro sólo podía <strong>de</strong>socuparse cuatro veces al día y permanecía cerrado los<br />

domingos en que salía la familia para evitar que el <strong>de</strong>sagüe alertara a los vecinos. Los<br />

guardianes orinaban en el lavamanos o en el sumi<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la ducha. Damaris trataba <strong>de</strong> tapar<br />

su negligencia sólo cuando se an<strong>un</strong>ciaba el helicóptero <strong>de</strong> los jefes, y lo hacía a toda prisa,<br />

con técnicas <strong>de</strong> bomberos, y lavando pisos y pare<strong>de</strong>s con el chorro <strong>de</strong> la manguera. Veía las<br />

telenovelas todos los días hasta la <strong>un</strong>a <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y a esa hora echaba en la olla <strong>de</strong> presión

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