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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro

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Estableció que estaban cerca <strong>de</strong> <strong>un</strong>a fábrica, cuyo silbato se escuchaba varias veces al día, y<br />

por los coros diarios y la algarabía <strong>de</strong> los recreos sabía que estaba cerca <strong>de</strong> <strong>un</strong> colegio. En<br />

cierta ocasión pidió <strong>un</strong>a pizza y se la llevaron en menos <strong>de</strong> cinco minutos, todavía caliente,<br />

y así supo que la preparaban y vendían tal vez en la misma cuadra. Los periódicos los<br />

compraban sin duda al otro lado <strong>de</strong> la calle y en <strong>un</strong>a tienda gran<strong>de</strong>, porque vendían también<br />

las revistas Time y Newsweek. Durante la noche lo <strong>de</strong>spertaba la fragancia <strong>de</strong>l pan recién<br />

horneado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a pana<strong>de</strong>ría. Con preg<strong>un</strong>tas tramposas logró saber por los guardianes que a<br />

cien metros a la redonda había <strong>un</strong>a farmacia, <strong>un</strong> taller <strong>de</strong> automóvil, dos cantinas, <strong>un</strong>a<br />

fonda, <strong>un</strong> zapatero remendón y dos para<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> buses. Con esos y muchos otros datos<br />

recogidos a pedazos trató <strong>de</strong> armar el rompecabezas <strong>de</strong> sus vías <strong>de</strong> escape.<br />

Uno <strong>de</strong> los guardianes le había dicho que en caso <strong>de</strong> que llegara la ley tenían la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong><br />

entrar antes en el cuarto y dispararle tres tiros a quemarropa: <strong>un</strong>o en la cabeza, otro en el<br />

corazón y otro en el hígado. Des<strong>de</strong> que lo supo consiguió quedarse con <strong>un</strong>a botella <strong>de</strong><br />

gaseosa <strong>de</strong> a litro, que mantenía al alcance <strong>de</strong> la mano para blandirla como <strong>un</strong> mazo. Era la<br />

única arma posible.<br />

El ajedrez -que <strong>un</strong> guardián le enseñó a jugar con <strong>un</strong> talento notable- le había dado <strong>un</strong>a<br />

nueva medida <strong>de</strong>l tiempo. Otro <strong>de</strong>l turno <strong>de</strong> octubre era <strong>un</strong> experto en telenovelas y lo<br />

inició en el vicio <strong>de</strong> seguirlas sin preocuparse si eran buenas o malas. El secreto era no<br />

preocuparse mucho por el episodio <strong>de</strong> hoy sino apren<strong>de</strong>r a imaginarse las sorpresas <strong>de</strong>l<br />

episodio <strong>de</strong> mañana. Veían j<strong>un</strong>tos los programas <strong>de</strong> Alexandra, y compartían los noticieros<br />

<strong>de</strong> radio y televisión.<br />

Otro guardián le había quitado veinte mil pesos que llevaba en el bolsillo el día <strong>de</strong>l<br />

<strong>secuestro</strong>, pero en compensación le prometió llevarle todo lo que él le pidiera. Sobre todo,<br />

libros: varios <strong>de</strong> Milan K<strong>un</strong><strong>de</strong>ra, Crimen y Castigo, la biografía <strong>de</strong>l general Santan<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

Pilar Moreno <strong>de</strong> Ángel. Él fue quizás el único colombiano <strong>de</strong> su generación que oyó hablar<br />

<strong>de</strong> José María Vargas Vila, el escritor colombiano más popular en el m<strong>un</strong>do a principios <strong>de</strong>l<br />

siglo, y se apasionó con sus libros hasta las lágrimas. Los leyó casi todos, escamoteados por<br />

<strong>un</strong>o <strong>de</strong> los guardianes en la biblioteca <strong>de</strong> su abuelo. Con la madre <strong>de</strong> otro guardián mantuvo<br />

<strong>un</strong>a entretenida correspon<strong>de</strong>ncia durante varios meses hasta que se la prohibieron los<br />

responsables <strong>de</strong> su seguridad. La ración <strong>de</strong> lectura se completaba con los periódicos <strong>de</strong>l día<br />

que le llevaban por la tar<strong>de</strong> sin <strong>de</strong>sdoblar. El guardián encargado <strong>de</strong> llevárselos tenía <strong>un</strong>a<br />

inquina visceral contra los periodistas. En especial contra <strong>un</strong> conocido presentador <strong>de</strong><br />

televisión, al cual ap<strong>un</strong>taba con su metralleta cuando aparecía en pantalla.<br />

-A ése me lo cargo <strong>de</strong> gratis -<strong>de</strong>cía.<br />

Pacho no vio n<strong>un</strong>ca a los jefes. Sabía que iban <strong>de</strong> vez en cuando, a<strong>un</strong>que n<strong>un</strong>ca subieron al<br />

dormitorio, y que hacían re<strong>un</strong>iones <strong>de</strong> control y trabajo en <strong>un</strong> café <strong>de</strong> Chapinero. Con los<br />

guardianes, en cambio, logró establecer <strong>un</strong>a relación <strong>de</strong> emergencia. Tenían el po<strong>de</strong>r sobre<br />

la vida y la muerte, pero le reconocieron siempre el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> negociar alg<strong>un</strong>as<br />

condiciones <strong>de</strong> vida. Casi a diario ganaba <strong>un</strong>as o perdía otras. Perdió hasta el final la <strong>de</strong><br />

dormir enca<strong>de</strong>nado, pero se ganó su confianza jugando al remis, <strong>un</strong> juego pueril <strong>de</strong> trampas<br />

fáciles que consiste en hacer tríos y escaleras con diez cartas. Un jefe invisible les mandaba<br />

cada quince días cien mil pesos prestados que se repartían entre todos para jugar. Pacho<br />

perdió siempre. Sólo al cabo <strong>de</strong> seis meses le confesaron que todos le hacían trampas, y si<br />

acaso lo <strong>de</strong>jaron ganar alg<strong>un</strong>as veces fue para que no perdiera el entusiasmo. Eran juegos<br />

<strong>de</strong> mano con maestría <strong>de</strong> prestidigitadores.

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