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eso le bastó para darse cuenta <strong>de</strong> que Marina no se engañaba ni a sí misma. Sabía muy bien<br />

quién era, cuánto <strong>de</strong>bían por ella y para dón<strong>de</strong> la llevaban, y si les había seguido la<br />

corriente a las últimas amigas que le quedaron en la vida había sido también por<br />

compasión.<br />

Le llevaron <strong>un</strong>a capucha nueva, <strong>de</strong> lana rosada que hacía juego con la suda<strong>de</strong>ra. Antes <strong>de</strong><br />

que se la pusieran se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Maruja con <strong>un</strong> abrazo y <strong>un</strong> beso. Maruja le dio la<br />

bendición y le dijo: «Tranquila». Se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Beatriz con otro abrazo y otro beso, y le<br />

dijo: «Que Dios la bendiga». Beatriz, fiel a sí misma hasta el último instante, se mantuvo en<br />

la ilusión.<br />

-Qué rico que va a ver a su familia -le dijo.<br />

Marina se entregó a los guardianes sin <strong>un</strong>a lágrima. Le pusieron la capucha al revés, con los<br />

agujeros <strong>de</strong> los ojos y la boca en la nuca, para que no pudiera ver. El Monje la tomó <strong>de</strong> las<br />

dos manos, con <strong>un</strong> cuidado <strong>de</strong> nieto, y la sacó <strong>de</strong> la casa caminando hacia atrás. Marina se<br />

<strong>de</strong>jó llevar caminando bien y con pasos seguros. El otro guardián cerró la puerta <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

fuera.<br />

Maruja y Beatriz se quedaron inmóviles frente a la puerta cerrada, sin saber por dón<strong>de</strong><br />

retomar la vida, hasta que oyeron los motores en el garaje, y se <strong>de</strong>svaneció su rumor en el<br />

horizonte. Sólo entonces entendieron que les habían quitado el televisor y el radio para que<br />

no conocieran el final <strong>de</strong> la noche.

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