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estaban en el cuarto <strong>de</strong> Diana comentando en susurros el diálogo <strong>de</strong> los guardianes, cuando<br />

oyeron ruidos <strong>de</strong> helicópteros por el rumbo <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín.<br />

Los servicios <strong>de</strong> inteligencia <strong>de</strong> la policía habían recibido en los últimos días numerosas<br />

llamadas anónimas sobre movimiento <strong>de</strong> gente armada en la vereda <strong>de</strong> Sabaneta -m<strong>un</strong>icipio<br />

<strong>de</strong> Copacabana-, y en especial en las fincas <strong>de</strong>l Alto <strong>de</strong> la Cruz, Villa <strong>de</strong>l Rosario y La<br />

Bola. Tal vez los carceleros <strong>de</strong> Diana y Richard planeaban trasladarlos al Alto <strong>de</strong> la Cruz,<br />

que era la finca más segura, porque estaba en <strong>un</strong>a cumbre empinada y boscosa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />

se dominaba todo el valle hasta Me<strong>de</strong>llín. Como consecuencia <strong>de</strong> esas <strong>de</strong>n<strong>un</strong>cias<br />

telefónicas y otros indicios propios, la policía estaba a p<strong>un</strong>to <strong>de</strong> allanar la casa. Era <strong>un</strong><br />

operativo <strong>de</strong> guerra gran<strong>de</strong>: dos capitanes, nueve oficiales, siete suboficiales y noventa y<br />

nueve agentes, parte por tierra y parte en cuatro helicópteros artillados. Sin embargo, los<br />

guardianes ya no les hacían caso a los helicópteros porque pasaban a menudo sin que nada<br />

sucediera. De pronto <strong>un</strong>o <strong>de</strong> ellos se asomó a la puerta y lanzó el grito temible:<br />

-¡Nos cayó la ley!<br />

Diana y Richard se <strong>de</strong>moraron a propósito lo más que pudieron porque el momento era<br />

propicio para que llegara la policía: los cuatro guardianes eran <strong>de</strong> los menos duros, y<br />

parecían <strong>de</strong>masiado asustados para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Diana se cepilló los dientes y se puso <strong>un</strong>a<br />

camisa blanca que había lavado el día anterior, se puso sus zapatos <strong>de</strong> tenis y los bluejeans<br />

que llevaba puestos el día <strong>de</strong>l <strong>secuestro</strong> y que le quedaban <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>s por la<br />

pérdida <strong>de</strong> peso. Richard se cambió <strong>de</strong> camisa y recogió el equipo <strong>de</strong> camarógrafo que le<br />

habían <strong>de</strong>vuelto en esos días. Los guardianes parecían enloquecidos por el ruido creciente<br />

<strong>de</strong> los helicópteros que sobrevolaron la casa, se alejaron hacia el valle y volvieron casi a ras<br />

<strong>de</strong> los árboles. Los guardianes apuraban a gritos y empujaban a los secuestrados hacia la<br />

puerta <strong>de</strong> salida. Les dieron sombreros blancos para que los conf<strong>un</strong>dieran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el aire con<br />

campesinos <strong>de</strong> la región. A Diana le echaron encima <strong>un</strong> pañolón negro y Richard se puso su<br />

chaqueta <strong>de</strong> cuero. Los guardianes les or<strong>de</strong>naron correr hacia la montaña y ellos mismos lo<br />

hicieron también por separado con las armas montadas para disparar cuando los<br />

helicópteros estuvieran a su alcance. Diana y Richard empezaron a trepar por <strong>un</strong>a trocha <strong>de</strong><br />

piedras. La pendiente era muy pron<strong>un</strong>ciada, y el sol ardiente caía a plomo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el centro<br />

<strong>de</strong>l cielo. Diana se sintió exhausta a los pocos metros cuando ya los helicópteros estaban a<br />

la vista. A la primera ráfaga, Richard se tiró al suelo. «No se mueva -le gritó Diana-.<br />

Hágase el muerto.» Al instante cayó a su lado, bocabajo.<br />

-Me mataron -gritó-. No puedo mover las piernas.<br />

No podía, en efecto, pero tampoco sentía ningún dolor, y le pidió a Richard que le<br />

examinara la espalda porque antes <strong>de</strong> caer había sentido en la cintura <strong>un</strong>a especie <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scarga eléctrica. Richard le levantó la camisa y vio a la altura <strong>de</strong> la cresta ilíaca izquierda<br />

<strong>un</strong> agujero minúsculo, nítido y sin sangre.<br />

Como el tiroteo continuaba, cada vez más cerca, Diana insistía <strong>de</strong>sesperada en que Richard<br />

la <strong>de</strong>jara allí y escapara, pero él permaneció a su lado esperando <strong>un</strong>a ayuda para ponerla a<br />

salvo. Mientras tanto, le puso en la mano <strong>un</strong>a Virgen que llevaba siempre en el bolsillo, y<br />

rezó con ella. El tiroteo cesó <strong>de</strong> pronto y aparecieron en la trocha dos agentes <strong>de</strong>l Cuerpo<br />

Elite con sus armas en ristre.

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