gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro
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fondo. N<strong>un</strong>ca se preocuparon <strong>de</strong> que alguien viera <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera la luz encendida, porque las<br />
ventanas estaban clausuradas con tablas.<br />
En octubre surgió <strong>un</strong>a ilusión imprevista: la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> que se preparara para mandar a la<br />
familia <strong>un</strong>a prueba <strong>de</strong> supervivencia. Tuvo que hacer <strong>un</strong> esfuerzo supremo para mantener el<br />
dominio. Pidió <strong>un</strong>a jarra <strong>de</strong> café tinto y dos paquetes <strong>de</strong> cigarrillos, y empezó a redactar el<br />
mensaje como le saliera <strong>de</strong>l alma sin corregir <strong>un</strong>a coma. Lo grabó en <strong>un</strong>a minicasete, que<br />
los estafetas preferían a las normales, porque eran más fáciles <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r. Habló tan<br />
<strong>de</strong>spacio como fue capaz y trató <strong>de</strong> afinar la dicción y asumir <strong>un</strong>a actitud que no <strong>de</strong>latara<br />
las sombras <strong>de</strong> su ánimo. Por último grabó los titulares mayores <strong>de</strong> El Tíempo <strong>de</strong>l día como<br />
prueba <strong>de</strong> la fecha en que hizo el mensaje. Quedó satisfecho, sobre todo <strong>de</strong> la primera frase:<br />
«Todas las personas que me conocen saben lo difícil que es este mensaje para mí». Sin<br />
embargo, cuando lo leyó publicado, ya en frío, tuvo la impresión <strong>de</strong> que se había echado la<br />
soga al cuello, por la frase final, en que pedía al presi<strong>de</strong>nte hacer lo que pudiera por la<br />
liberación <strong>de</strong> los periodistas. «Pero eso sí -le advertía-, sin pasar por encima <strong>de</strong> las leyes y<br />
los preceptos constitucionales, lo cual es benéfico no sólo para el país sino para la libertad<br />
<strong>de</strong> prensa que hoy está secuestrada.» La <strong>de</strong>presión se agravó <strong>un</strong>os días <strong>de</strong>spués cuando<br />
secuestraron a Maruja y a Beatriz, porque lo entendió como <strong>un</strong>a señal <strong>de</strong> que las cosas iban<br />
a ser largas y complicadas. Ése fue el primer embrión <strong>de</strong> <strong>un</strong> plan <strong>de</strong> fuga que se le iba a<br />
convertir en <strong>un</strong>a obsesión irresistible.<br />
Las condiciones <strong>de</strong> Diana y su equipo -quinientos kilómetros al norte <strong>de</strong> Bogotá y a tres<br />
meses <strong>de</strong>l se~ cuestro- eran diferentes <strong>de</strong> los otros rehenes, pues dos mujeres y cuatro<br />
hombres cautivos al mismo tiempo planteaban problemas muy complejos <strong>de</strong> logística y se~<br />
guridad. En la cárcel <strong>de</strong> Maruja y Beatriz sorprendía la falta absoluta <strong>de</strong> indulgencia. En la<br />
<strong>de</strong> Pacho Santos sorprendían la familiaridad y el <strong>de</strong>senfado <strong>de</strong> los guardianes <strong>de</strong> su misma<br />
generación. En el grupo <strong>de</strong> Diana reinaba <strong>un</strong> ambiente <strong>de</strong> improvisación que mantenía a<br />
secuestrados y secuestradores en <strong>un</strong> estado <strong>de</strong> alarma e incertidumbre, con <strong>un</strong>a<br />
inestabilidad que lo contaminaba todo y aumentaba el nerviosismo <strong>de</strong> todos.<br />
El <strong>secuestro</strong> <strong>de</strong> Diana se distinguió también por su signo errático. Durante el largo<br />
cautiverio los rehenes fueron mudados sin explicaciones no menos <strong>de</strong> veinte veces, cerca y<br />
<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín, a casas <strong>de</strong> estilos y categorías diferentes y condiciones <strong>de</strong>siguales. Esta<br />
movilidad era posible tal vez porque sus secuestradores, a diferencia <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Bogotá se<br />
movían en su medio natural, lo controlaban por completo, y mantenían contacto directo con<br />
sus superiores.<br />
Los rehenes no estuvieron j<strong>un</strong>tos en <strong>un</strong>a misma casa sino en dos ocasiones y por pocas<br />
horas. Al principio fueron dos grupos: Richard, Orlando y Hero Buss en <strong>un</strong>a casa, y Diana,<br />
Azucena y Juan Vitta en otra cercana. Alg<strong>un</strong>as mudanzas habían sido atolondradas e<br />
imprevistas, a cualquier hora y sin tiempo para recoger sus cosas por el inminente asalto <strong>de</strong><br />
la policía, y casi siempre a pie por pendientes escarpadas y chapaleando en el fango bajo<br />
aguaceros interminables. Diana era <strong>un</strong>a mujer fuerte y resuelta, pero aquellas caminatas<br />
<strong>de</strong>spiadadas y humillantes, en las condiciones físicas y morales <strong>de</strong>l cautiverio,<br />
sobrepasaban por mucho su resistencia. Otras mudanzas fueron <strong>de</strong> <strong>un</strong>a naturalidad pasmosa<br />
por las calles <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín, en taxis ordinarios y eludiendo retenes y patrullas callejeras. Lo<br />
más duro para todos en las primeras semanas era estar secuestrados sin que nadie lo<br />
supiera. Veían la televisión, escuchaban la radio y leían los periódicos, pero no hubo <strong>un</strong>a<br />
<strong>noticia</strong> sobre su <strong>de</strong>saparición hasta el 14 <strong>de</strong> septiembre, cuando el noticiero Criptón<br />
informó sin citar la fuente que no estaban en misión periodística con las guerrillas sino