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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro

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Esa vez no le sirvió el recurso. Parecía claro, sin embargo, que el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n no era<br />

intimidatorio ni calculado, sino que el sistema mismo estaba carcomido <strong>de</strong>s<strong>de</strong>. <strong>de</strong>ntro por<br />

<strong>un</strong>a <strong>de</strong>smoralización <strong>de</strong> fondo. Hasta los pleitos entre el mayordomo y Damaris, frecuentes<br />

y <strong>de</strong> colores folclóricos, se volvieron temibles. Él llegaba <strong>de</strong> la calle a cualquier hora -si<br />

llegaba- casi siempre embrutecido por la borrachera, y tenía que enfrentarse a las andanadas<br />

obscenas <strong>de</strong> la mujer. Los alaridos <strong>de</strong> ambos, y el llanto <strong>de</strong> las niñas <strong>de</strong>spertadas a cualquier<br />

hora, alborotaban la casa. Los guardianes se burlaban <strong>de</strong> ellos con imitaciones teatrales que<br />

magnificaban el escándalo. Resultaba inconcebible que en medio <strong>de</strong> la barahúnda no<br />

hubiera acudido nadie a<strong>un</strong>que fuera por curiosidad.<br />

El mayordomo y su mujer se <strong>de</strong>sahogaban por separado con Maruja. Damaris, a causa <strong>de</strong><br />

<strong>un</strong>os celos justificados que no le daban <strong>un</strong> instante <strong>de</strong> paz. El, tratando <strong>de</strong> ingeniarse <strong>un</strong>a<br />

manera <strong>de</strong> calmar a la mujer sin ren<strong>un</strong>ciar a sus perrerías. Pero los buenos oficios <strong>de</strong><br />

Maruja no perduraban más allá <strong>de</strong> la siguiente escapada <strong>de</strong>l mayordomo.<br />

En <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los tantos pleitos, Damaris le cruzó la cara al marido con <strong>un</strong>os arañazos <strong>de</strong> gata,<br />

cuyas cicatrices tardaron en <strong>de</strong>saparecer. Él le dio <strong>un</strong>a trompada que la sacó por la ventana.<br />

No la mató <strong>de</strong> milagro, porque ella alcanzó a agarrarse a última hora y quedó colgada <strong>de</strong>l<br />

balcón <strong>de</strong>l patio. Fue el final. Damaris hizo maletas y se fue con las niñas para Me<strong>de</strong>llín.<br />

La casa quedó en manos <strong>de</strong>l mayordomo solo, que a veces no aparecía hasta el anochecer<br />

cargado <strong>de</strong> yogur y bolsas <strong>de</strong> papas fritas. Muy <strong>de</strong> vez en cuando llevó <strong>un</strong> pollo. Cansados<br />

<strong>de</strong> esperar, los guardianes saqueaban la cocina. De regreso al cuarto le llevaban a Maruja<br />

alg<strong>un</strong>a galleta sobrante con salchichas crudas. El aburrimiento los volvió más susceptibles<br />

y peligrosos. Despotricaban contra sus padres, contra la policía, contra la sociedad entera.<br />

Contaban sus crímenes inútiles y sus sacrilegios <strong>de</strong>liberados para probarse la inexistencia<br />

<strong>de</strong> Dios, y llegaron a extremos <strong>de</strong>mentes en los relatos <strong>de</strong> sus proezas sexuales. Uno <strong>de</strong><br />

ellos hacía <strong>de</strong>scripciones <strong>de</strong> las aberraciones a que sometió a <strong>un</strong>a <strong>de</strong> sus amantes en<br />

venganza <strong>de</strong> sus burlas y humillaciones. Resentidos y sin control, terminaron por drogarse<br />

con marihuana y bazuco, hasta <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to en que no era posible respirar en la humareda <strong>de</strong>l<br />

cuarto. Oían la radio a reventar, entraban y salían con portazos, brincaban, cantaban,<br />

bailaban, hacían cabriolas en el patio. Uno <strong>de</strong> ellos parecía <strong>un</strong> saltimbanqui profesional en<br />

<strong>un</strong> circo perdulario. Maruja los amenazaba con que los escándalos iban a llamar la atención<br />

<strong>de</strong> la policía.<br />

-¡Que venga y que nos mate! -gritaron a coro.<br />

Maruja se sintió en sus límites, sobre todo por el enloquecido Barrabás, que se complacía<br />

en <strong>de</strong>spertarla con el cañón <strong>de</strong> la ametralladora en la sien. El cabello comenzó a caérsele.<br />

La almohada llena <strong>de</strong> hebras sueltas la <strong>de</strong>primía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abría los ojos al amanecer.<br />

Sabía que cada <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los guardianes era distinto, pero tenían la <strong>de</strong>bilidad común <strong>de</strong> la<br />

inseguridad y la <strong>de</strong>sconfianza recíproca. Maruja se las exacerbaba con su propio temor.<br />

«¿Cómo pue<strong>de</strong>n vivir así? -les preg<strong>un</strong>taba <strong>de</strong> pronto-. ¿En qué creen uste<strong>de</strong>s?», «¿Tienen<br />

algún sentido <strong>de</strong> la amistad?» Antes <strong>de</strong> que pudieran reaccionar los tenía arrinconados:<br />

«¿La palabra empeñada significa algo para uste<strong>de</strong>s?». No contestaban, pero las respuestas<br />

que se daban a sí mismos <strong>de</strong>bían ser inquietantes, porque en lugar <strong>de</strong> rebelarse se<br />

humillaban ante Maruja. Sólo Barrabás se le enfrentó. «¡Oligarcas <strong>de</strong> mierda! -le gritó en<br />

<strong>un</strong>a ocasión-. ¿Es que se creían que iban a mandar siempre? ¡Ya no, carajo: se acabó la<br />

vaina!» Maruja, que tanto le había temido, le salió al paso con la misma furia.

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