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gabriel-garcc3ada-mc3a1rquez-noticia-de-un-secuestro

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urbano. El gallo loco que cantaba a cualquier hora <strong>de</strong>l día o <strong>de</strong> la noche podía ser <strong>un</strong>a<br />

confirmación, porque los gallos encerrados en pisos altos suelen per<strong>de</strong>r el sentido <strong>de</strong>l<br />

tiempo. Con frecuencia oían distintas voces que gritaban muy cerca <strong>un</strong> mismo nombre:<br />

«Rafael». Los aviones <strong>de</strong> corto vuelo pasaban rasantes y el helicóptero seguía llegando tan<br />

cerca que lo sentían encima <strong>de</strong> la casa. Marina insistía en la versión n<strong>un</strong>ca probada <strong>de</strong>l alto<br />

oficial <strong>de</strong>l ejército que vigilaba la marcha <strong>de</strong>l <strong>secuestro</strong>. Para Maruja y Beatriz era <strong>un</strong>a<br />

fantasía mas, pero cada vez que llegaba el helicóptero las normas militares <strong>de</strong>l cautiverio<br />

recuperaban su rigor: la casa en or<strong>de</strong>n como <strong>un</strong> cuartel, la puerta cerrada por <strong>de</strong>ntro con<br />

falleba y por fuera con candado; los susurros, las armas siempre listas, y la comida <strong>un</strong> poco<br />

menos infame.<br />

Los cuatro guardianes que habían estado con ellas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día fueron reemplazados<br />

por otros cuatro a principios <strong>de</strong> diciembre. Entre ellos, <strong>un</strong>o distinto y extraño, que parecía<br />

sacado <strong>de</strong> <strong>un</strong>a película truculenta. Lo llamaban el Gorila, y en verdad lo parecía: enorme,<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong>a fortaleza <strong>de</strong> gladiador y con la piel negra retinta, cubierta <strong>de</strong> vellos rizados. Su voz<br />

era tan estentórea que no lograba dominarla para susurrar, y nadie se atrevió a exigírselo.<br />

Era patente el sentimiento <strong>de</strong> inferioridad <strong>de</strong> los otros frente a él. En vez <strong>de</strong> los pantalones<br />

cortos <strong>de</strong> todos usaba <strong>un</strong>a trusa <strong>de</strong> gimnasta. Tenía el pasamontañas y <strong>un</strong>a camiseta<br />

apretada que mostraba el torso perfecto con la medalla <strong>de</strong>l Divino Niño en el cuello, <strong>un</strong>os<br />

brazos hermosos con <strong>un</strong> cintillo brasileño en el pulso para la buena suerte y las manos<br />

enormes con las líneas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino como grabadas a fuego vivo en las palmas <strong>de</strong>scoloridas.<br />

Apenas si cabía en el cuarto, y cada vez que se movía <strong>de</strong>jaba a su paso <strong>un</strong> rastro <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Para las rehenes, que habían aprendido a manejar los anteriores, fue <strong>un</strong>a mala<br />

visita. Sobre todo para Beatriz, que se ganó su odio <strong>de</strong> inmediato.<br />

El signo común <strong>de</strong> los guardianes, como el <strong>de</strong> las rehenes, por aquellos días era el<br />

aburrimiento. Como preludio <strong>de</strong> los jolgorios <strong>de</strong> Navidad, los dueños <strong>de</strong> casa hi~ cieron<br />

<strong>un</strong>a novena con algún párroco amigo, inocente o cómplice. Rezaron, cantaron villancicos a<br />

coro, repartieron dulces a los niños y brindaron con el vino <strong>de</strong> manzana que era la bebida<br />

oficial <strong>de</strong> la familia. Al final exorcizaron la casa con aspersiones <strong>de</strong> agua bendita.<br />

Necesitaron tanta, que la llevaron en galones <strong>de</strong> petróleo. Cuando el sacerdote se fue, la<br />

mujer entró en el cuarto y roció el televisor, los colchones, las pare<strong>de</strong>s. Las tres rehenes,<br />

tomadas <strong>de</strong> sorpresa, no supieron qué hacer. «Es agua bendita -<strong>de</strong>cía la mujer mientras<br />

rociaba con la mano-. Ayuda a que no nos pase nada.» Los guardianes se persignaron,<br />

cayeron <strong>de</strong> rodillas y recibieron el chaparrón purificador con <strong>un</strong>a <strong>un</strong>ción angelical.<br />

Ese ánimo <strong>de</strong> rezo y parranda, tan propio <strong>de</strong> los antioqueños, no <strong>de</strong>cayó en ningún<br />

momento <strong>de</strong> diciembre. Tanto, que Maruja había tomado precauciones para que los<br />

secuestradores no supieran que el 9 era el día <strong>de</strong> su cumpleaños: cincuenta y tres <strong>de</strong>l alma.<br />

Beatriz se había comprometido a guardar el secreto, pero los carceleros se enteraron por <strong>un</strong><br />

programa especial <strong>de</strong> televisión que los hijos <strong>de</strong> Maruja le <strong>de</strong>dicaron la víspera.<br />

Los guardianes no ocultaban la emoción <strong>de</strong> sentirse <strong>de</strong> algún modo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la intimidad<br />

<strong>de</strong>l programa. «Doña Maruja -<strong>de</strong>cía <strong>un</strong>o-, cómo es <strong>de</strong> joven el doctor Villamizar, cómo está<br />

<strong>de</strong> bien, cómo la quiere.» Es~ peraban que Maruja les presentara a alg<strong>un</strong>a <strong>de</strong> las hijas para<br />

salir con ellas. De todos modos, ver aquel programa en el cautiverio era como estar muertos<br />

y ver la vida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro m<strong>un</strong>do sin participar en ella y sin que los vivos lo supieran. El<br />

día siguiente, a las once <strong>de</strong> la mañana y sin ningún an<strong>un</strong>cio, el mayordomo y su mujer<br />

entraron en el cuarto con <strong>un</strong>a botella <strong>de</strong> champaña criolla, vasos para todos, y <strong>un</strong>a tarta que<br />

parecía cubierta <strong>de</strong> pasta <strong>de</strong>ntífrica. Felicitaron a Maruja con gran<strong>de</strong>s manifestaciones <strong>de</strong>

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