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Marina pasó el fin <strong>de</strong> semana en la cama, postrada por <strong>un</strong> viejo dolor <strong>de</strong> la columna<br />

vertebral que parecía olvidado. Le volvió el humor turbio <strong>de</strong> los primeros días. Como no<br />

podía valerse <strong>de</strong> sí misma, Maruja y Beatriz se pusieron a su servicio. La llevaban al baño<br />

casi en vilo. Le daban la comida y el agua en la boca, le acomodaban <strong>un</strong>a almohada en la<br />

espalda para que viera la televisión <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cama. La mimaban, la querían <strong>de</strong> veras, pero<br />

n<strong>un</strong>ca se sintieron tan menospreciadas.<br />

-Miren lo enferma que estoy y uste<strong>de</strong>s ni me ayudan -les <strong>de</strong>cía Marina-. Yo, que las he<br />

ayudado tanto.<br />

A veces sólo conseguía aumentar el justo sentimiento <strong>de</strong> abandono que la atormentaba. En<br />

realidad, el único alivio <strong>de</strong> Marina en aquella crisis <strong>de</strong> postrimerías fueron los rezos<br />

encarnizados que murmuraba sin tregua durante horas, y el cuidado <strong>de</strong> sus uñas. Al cabo <strong>de</strong><br />

varios días, cansada <strong>de</strong> todo, se tendió exhausta en la cama y suspiró:<br />

-Bueno, que sea lo que Dios quiera.<br />

En la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l 22 las visitó también el Doctor <strong>de</strong> los primeros días. Conversó en secreto<br />

con sus guardianes y oyó con atención los comentarios <strong>de</strong> Maruja y Beatriz sobre la salud<br />

<strong>de</strong> Marina. Al final se sentó a conversar con ella en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cama. Debió ser algo<br />

serio y confi<strong>de</strong>ncial, pues los susurros <strong>de</strong> ambos fueron tan tenues que nadie <strong>de</strong>scifró <strong>un</strong>a<br />

palabra. El Doctor salió <strong>de</strong>l cuarto con mejor humor que cuando llegó, y prometió volver<br />

pronto.<br />

Marina se quedó <strong>de</strong>primida en la cama. Lloraba a ratos. Maruja trató <strong>de</strong> alentarla, y ella se<br />

lo agra<strong>de</strong>cía con gestos por no interrumpir sus oraciones, y casi siempre le correspondía<br />

con afecto, le apretaba la mano con su mano yerta. A Beatriz, con quien tenía <strong>un</strong>a relación<br />

más cálida, la trataba con el mismo cariño. El único hábito que la mantuvo viva fue el <strong>de</strong><br />

limarse las uñas.<br />

A las diez y media <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>l 23, miércoles, empezaban a ver en la televisión el<br />

programa Enfoque, pendientes <strong>de</strong> cualquier palabra distinta, <strong>de</strong> cualquier chiste familiar,<br />

<strong>de</strong>l gesto menos pensado, <strong>de</strong> cambios sutiles en la letra <strong>de</strong> <strong>un</strong>a canción que pudieran<br />

escon<strong>de</strong>r mensajes cifrados. Pero no hubo tiempo. Apenas iniciado el tema musical, la<br />

puerta se abrió a <strong>un</strong>a hora insólita y entró el Monje, a<strong>un</strong>que no estaba <strong>de</strong> turno esa noche.<br />

-Venimos por la abuela para llevarla a otra finca -dijo.<br />

Lo dijo como si fuera <strong>un</strong>a invitación dominical. Marina en la cama quedó como tallada en<br />

mármol, con <strong>un</strong>a pali<strong>de</strong>z intensa, hasta en los labios, y con el cabello erizado. El Monje se<br />

dirigió entonces a ella con su afecto <strong>de</strong> nieto.<br />

-Recoja sus cosas, abuela -le dijo-. Tiene cinco minutos.<br />

Quiso ayudarla a levantarse. Marina abrió la boca para <strong>de</strong>cir algo pero no lo logró. Se<br />

levantó sin ayuda, cogió el talego <strong>de</strong> sus cosas personales, y salió para el baño con <strong>un</strong>a<br />

levedad <strong>de</strong> sonámbula que no parecía pisar el suelo. Maruja enfrentó al Monje con la voz<br />

impávida.

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