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Ésa había sido su vida hasta el Año Nuevo. Des<strong>de</strong> el primer día había previsto que el<br />

<strong>secuestro</strong> sería largo, y su relación con los guardianes le había hecho pensar que podría<br />

sobrellevarlo. Pero las muertes <strong>de</strong> Diana y Marina le <strong>de</strong>rrotaron el optimismo. Los mismos<br />

guardianes, que antes lo alentaban, volvían <strong>de</strong> la calle con los ánimos caídos. Parecía ser<br />

que todo estaba <strong>de</strong>tenido a la espera <strong>de</strong> que la Constituyente se pron<strong>un</strong>ciara sobre la<br />

extradición y el indulto. Entonces no tuvo duda <strong>de</strong> que la opción <strong>de</strong> la fuga era posible. Con<br />

<strong>un</strong>a condición: sólo la intentaría cuando viera cerrada cualquier otra alternativa.<br />

Para Maruja y Beatriz también se había cerrado el horizonte <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las ilusiones <strong>de</strong><br />

diciembre, pero volvió a entreabrirse a fines <strong>de</strong> enero por los rumores <strong>de</strong> que serían<br />

liberados dos rehenes. Ellas ignoraban entonces cuántos quedaban o si había alg<strong>un</strong>os más<br />

recientes. Maruja dio por hecho que la liberada sería Beatriz. La noche <strong>de</strong>l 2 <strong>de</strong> febrero,<br />

durante la caminata en el patio, Damaris lo confirmó. Tan segura estaba, que compró en el<br />

mercado <strong>un</strong> lápiz <strong>de</strong> labios, colorete, sombras para los párpados, y otras minucias <strong>de</strong><br />

tocador para el día que salieran. Beatriz se afeitó las piernas en previsión <strong>de</strong> que no tuviera<br />

tiempo a última hora.<br />

Sin embargo, dos jefes que las visitaron el día siguiente no dieron ning<strong>un</strong>a precisión sobre<br />

quién sería la liberada, ni si en realidad habría alg<strong>un</strong>a. Se les notaba el rango. Eran distintos<br />

y más com<strong>un</strong>icativos que todos los anteriores. Confirmaron que <strong>un</strong> com<strong>un</strong>icado <strong>de</strong> los<br />

Extraditables había an<strong>un</strong>ciado la liberación <strong>de</strong> dos, pero podían haber surgido alg<strong>un</strong>os<br />

obstáculos imprevistos.<br />

Esto les recordó a las cautivas la promesa anterior <strong>de</strong> liberarlas el 9 <strong>de</strong> diciembre, que<br />

tampoco cumplieron.<br />

Los nuevos jefes empezaron por crear <strong>un</strong> ambiente <strong>de</strong> optimismo. Entraban a cualquier<br />

hora con-<strong>un</strong> alborozo sin f<strong>un</strong>damentos serios. «Esto va como bien», <strong>de</strong>cían. Comentaban<br />

las <strong>noticia</strong>s <strong>de</strong>l día con <strong>un</strong> entusiasmo infantil, pero se negaban a <strong>de</strong>volver el televisor y el<br />

radio para que las secuestradas pudieran conocerlas en directo. Uno <strong>de</strong> ellos, por maldad o<br />

por estupi<strong>de</strong>z, se <strong>de</strong>spidió <strong>un</strong>a noche con <strong>un</strong>a frase que pudo matarlas <strong>de</strong> terror por su doble<br />

sentido: «Tranquilas, señoras, la cosa va a ser muy rápida».<br />

Fue <strong>un</strong>a tensión <strong>de</strong> cuatro días en los que fueron dando poco a poco los pedazos dispersos<br />

<strong>de</strong> la. <strong>noticia</strong>. El tercer día dijeron que soltarían sólo <strong>un</strong> rehén. Que podía ser Beatriz,<br />

porque a Francisco Santos y a Maruja los tenían reservados para <strong>de</strong>stinos más altos. Lo más<br />

angustioso para ellas era no po<strong>de</strong>r confrontar esas <strong>noticia</strong>s con las <strong>de</strong> la calle. Y sobre todo<br />

con Alberto, que tal vez conociera mejor que los mismos jefes la causa real <strong>de</strong> las<br />

incertidumbres.<br />

Por fin, el día 7 <strong>de</strong> febrero llegaron más temprano que <strong>de</strong> costumbre y <strong>de</strong>staparon el juego:<br />

salía Beatriz. Maruja tendría que esperar <strong>un</strong>a semana más. «Faltan todavía <strong>un</strong>os <strong>de</strong>tallitos»,<br />

dijo <strong>un</strong>o <strong>de</strong> los encapuchados. Beatriz sufrió <strong>un</strong>a crisis <strong>de</strong> locuacidad que <strong>de</strong>jó a los jefes<br />

agotados, y al mayordomo y su mujer, y por último a los guardianes. Maruja no le puso<br />

atención, herida por <strong>un</strong> rencor sordo contra su marido, por la i<strong>de</strong>a peregrina <strong>de</strong> que había<br />

preferido liberar a la hermana antes que a ella. Fue presa <strong>de</strong>l encono durante toda la tar<strong>de</strong>, y<br />

sus rescoldos se mantuvieron tibios durante varios días.<br />

Aquella noche la pasó aleccionando a Beatriz sobre cómo <strong>de</strong>bía contarle a Alberto<br />

Villamizar los pormenores <strong>de</strong>l <strong>secuestro</strong>, y el modo como <strong>de</strong>bía manejarlos para mayor<br />

seguridad <strong>de</strong> todos. Cualquier error, por inocente que pareciera, podía costar <strong>un</strong>a vida. Así<br />

que Beatriz <strong>de</strong>bía hacerle a su hermano <strong>un</strong> relato escueto y veraz <strong>de</strong> la situación sin atenuar<br />

ni exagerar nada que pudiera hacerlo sufrir menos o preocuparse más: la verdad cruda. Lo

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