ÍndiceIBERCAJA - Ibercaja Obra Social
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undos los caballos y los soldados, el General Lacy bajará al Vallès, e inmediatamente quedará arreglada su marcha hacia<br />
Barcelona, a tenor de las señales siguientes…».<br />
No fueron simples proyectos. Es cierto que, desgraciadamente, hubo veneno en las aguas y en el pan. Contra los entuertos<br />
de Mn. Coret tenemos un valioso testigo de primera mano en la narración de Heinrich Raaf, soldado que luchaba en el bando<br />
francés. Su testimonio hace espeluznar a cualquiera mínimamente sensible y humanitario. ¡Y era sacerdote el causante!<br />
«Nos retiramos –afirma Raaf– a Barcelona (verano del 1812) y nos instalamos de nuevo en la fortaleza de Montjuïc. Un<br />
día por la mañana, como era ordinario, habíamos recibido la ración de pan. El compañero de habitación quería comerlo ya,<br />
mientras yo me ocupaba de la limpieza de mis cosas. Yo insistí en que él comiera solo, pero decidió esperarme hasta que<br />
yo estuviera listo. Ya recogía las cosas y nos disponíamos a comer juntos, cuando se oyó desde los pies de la montaña un<br />
soldado que tocaba la corneta con todas sus fuerzas. Algo extraordinario pasaba y todo el mundo se reunió, expectante, mientras<br />
la corneta repetía el toque y subía la montaña. Nos enteramos de que trabajadores españoles empleados en los almacenes<br />
militares y en la panadería habían envenenado la masa de harina de 16.000 raciones de pan. Hubiéramos muerto<br />
miles de nosotros si este execrable hecho no hubiese sido descubierto a tiempo, la cual cosa sucedió por pura casualidad.<br />
Las personas ocupadas en el horno eran cuidadosamente registradas cuando salían del local, para evitar que pudieran llevarse<br />
piezas de pan. Un panadero de Nassan durante la noche del día anterior había escondido una pieza de pan bajo la<br />
camisa, entre el brazo y el cuerpo, y pasó sin dificultad el registro. Al volver al cuartel, sus compañeros ya dormían en el<br />
suelo. Así él se comió el pan a solas, dando migajas a su perro. Un compañero que se despertó, le pidió que le diera un<br />
trozo de aquel pan, pero él respondió: «lo he comprado en la ciudad», y continuó comiéndolo. Al día siguiente el panadero<br />
y su perro estaban muertos y el médico aseguró que habían sido envenenados. Ese mismo día habían huido dos respetables<br />
ciudadanos y el responsable del almacén. Desde aquel día entre los soldados y jefes franceses se distribuían galletas<br />
traídas directamente de Francia».<br />
Y en otro fragmento afirma:<br />
«La tropa francesa tenía prohibido beber de las fuentes públicas, porque los españoles acostumbraban a envenenarlas contra<br />
nosotros».<br />
Sabemos también que durante los años 1811 y 1812 entraron por lo menos quinientos pacientes envenenados en el Hospital<br />
de la Santa Cruz de Barcelona, con fortísimas diarreas, sobre todo soldados. Algunos murieron. Tenemos testimonio de<br />
ello en el archivo del Hospital de la Santa Cruz, hoy San Pablo de Barcelona.<br />
Todas estas conspiraciones y planes alocados no podían acabar bien. Mn. Coret era a su vez el autor y la causa del fracaso.<br />
Era doble espía. Cansado Lacy de tantas moratorias y fracasos de Coret, concibió un plan que según él sería definitivo: el<br />
asesinato del General Matieu. Para llevarlo a cabo se ofreció un espía francés que estaba bajo las órdenes de Mn. Coret.<br />
Éste entró furtivamente el 20 de octubre de 1812 en casa del general gobernador Matieu, pero antes de ir al aposento de<br />
Matieu mató al secretario de éste, el capitán Lecger. Los gritos del apuñalado moribundo alertaron a los guardias y el espía<br />
tuvo que huir de la casa del gobernador. En estos días también se habían encontrado el lote y los manuscritos que antes<br />
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