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Una vez terminada la ejecución del grabado se procedía a imprimirlo, valiéndose de un tórculo o prensa. La plancha
primero se entintaba con cuidado, permitiendo que la tinta penetrase en los surcos, hendiduras y mordidas que presentaba
la superficie de la plancha o lámina. Después se limpiaban las zonas que deberían dar blancos, o se quitaban
excesos de tinta. A continuación se colocaba en el tórculo la plancha sobre el papel especial para grabado, grueso y
poroso, y se presionaba el tiempo necesario para que la tinta pasase al papel. Esa tinta quedaría en relieve sobre el
papel. Las primeras impresiones eran las pruebas de estado, que permitían comprobar los resultados del grabado, e
introducir las correcciones o modificaciones que se creyesen necesarias para un óptimo resultado. Una vez aceptada
por el artista la versión definitiva, se procedía a la estampación, que exigía una gran pericia, y frecuentemente era un
impresor, y no el artista, el que se encargaba de la impresión, teniendo bien en cuenta la tirada decidida por el autor.
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