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ÍndiceIBERCAJA - Ibercaja Obra Social

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favor en el expediente de purificación. Para sobrevivir en esos años difíciles Goya «prefirió malvender sus alaxas, que<br />

servir a dicho Gobierno», tal como manifestaba el pintor en escrito de 4 de noviembre de 1814 dirigido a don Gonzalo<br />

de Vílches, juez de Palacio.<br />

En esos años de 1810-1812 Goya siguió preparando en su taller, con toda discreción y reserva, los dibujos y parte de<br />

los grabados que conformarían la serie de «Los Desastres de la Guerra», mientras los madrileños padecían una hambruna<br />

terrible, acompañada de enfermedades asociadas que acabarían con la vida de muchos de ellos. Fue un hambre<br />

espantosa, provocada por las escasas cosechas habidas esos años, la falta de cultivo de muchas tierras por la movilización<br />

de los jóvenes, y las dificultades de las comunicaciones y del abastecimiento de la capital. Desde septiembre<br />

de 1811 hasta bien avanzada la segunda mitad de 1812 los madrileños padecieron esa hambre atroz, que llevó a<br />

muchos a la tumba. El pan de trigo candeal que había adquirido fama en Madrid se convirtió en algo extraordinario,<br />

y tuvo que ser sustituido por pan en el que se mezclaban centeno, cebada y, sobre todo, almortas, y se comieron hasta<br />

los gatos y las ratas. Los comestibles alcanzaron precios desorbitados. Las familias más pudientes, a costa de grandes<br />

sacrificios, apenas podían comer un pan amarillento que les costaba ocho o diez reales, o sustituirlo por una patata<br />

cocida o una galleta dura. Los artesanos y jornaleros, faltos de trabajo y de dinero, no podían llegar siquiera a eso,<br />

teniendo que contentarse, si las conseguían, con comer almortas o guijas, legumbres que por tener un componente<br />

tóxico no podían consumirse de forma continuada ni en grandes cantidades, pues provocaban el latirismo, enfermedad<br />

que se caracteriza por lesiones neurológicas y que afectó a bastantes madrileños.<br />

El espectáculo del hambre y la muerte en las calles madrileñas, descrito con todo detalle por Mesonero Romanos, testigo<br />

de los hechos, era dantesco. Goya lo vio, lo padeció y lo plasmaría en un grupo numeroso de sus «Desastres». Hombres,<br />

mujeres y niños desfallecidos y moribundos se arrastraban por las calles implorando cualquier alimento de la caridad pública.<br />

Eran imágenes de desesperación y angustia, de lamentos al lado de los cadáveres de sus familiares tendidos en las aceras<br />

y que eran recogidos dos veces al día por los carros de las parroquias para enterrarlos en los fosales o cementerios<br />

anexos a ellas. Rostros cadavéricos, tristes y angustiados en un ambiente pútrido y fúnebre, con cadáveres a diario en las<br />

calles; todo eso plasmaría Goya con descarnado realismo en sus grabados, como cronista destacado de esas desgracias.<br />

Goya también padeció las estrechuras y la carestía de alimentos, y perdió a su mujer Josefa Bayeu el 20 de junio de<br />

1812, a los 65 años de edad. Las penalidades pasadas debieron de tener mucho que ver con su fallecimiento. Unos<br />

días antes, el 13 de junio, se había colocado como titular del retablo mayor de la iglesia de Chinchón (Madrid) el cuadro<br />

de la Asunción de la Virgen, pintado por Goya. La localidad madrileña había sido saqueada e incendiada por las<br />

tropas napoleónicas el 29 de diciembre de 1808, incendio que debió de afectar también al mobiliario litúrgico de la<br />

parroquia, por lo que hubo que hacer retablo mayor nuevo, con el lienzo titular, que fue encargado a Goya, dado que<br />

su hermano Camilo era sacerdote de dicha iglesia, donde disfrutaba de una capellanía que le había concedido el infante<br />

don Luis de Borbón y que ahora dependía de la condesa de Chinchón, su hija, retratada por Goya en varias ocasiones.<br />

Es muy significativo que en el bastidor del cuadro, escrito a lápiz, haya una inscripción que dice: «Se colocó esta pin-<br />

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