Lectura y bibliotecas escolares - OEI
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Lo que leen los jóvenes y las instituciones<br />
educativas: de la transmisión a la mediación 1<br />
Anne Marie Chartier<br />
En los albores del siglo xxi, aquellos a quienes compete que las generaciones jóvenes lean tienen<br />
que atender a dos temas urgentes. El primero es el de convertir a un niño analfabeto en un lector<br />
autónomo que lea “deprisa y bien”, como suele decirse, lo cual está ya a punto de lograrse cuando<br />
los niños vuelven a leer solos esos libros que alguien les había leído antes; y la meta se alcanza<br />
cuando los adolescentes eligen personalmente los libros que les gustan. Así es como, merced a la<br />
acción conjunta de la escuela, la familia, los editores y las <strong>bibliotecas</strong>, sigue vivo un patrimonio<br />
inmaterial. Ese patrimonio, constituido pacientemente con el paso de los años, al que enriquece<br />
continuamente la aparición de obras nuevas y que no pertenece a una sola nación, es la literatura<br />
juvenil.<br />
Lo que nos jugamos en esta transmisión es tan evidente que no siempre se explicita. Mediante<br />
textos que engloban realidad y ficción, documentos y narraciones, lengua e imagen, códigos culturales<br />
varios y estructuras simbólicas estables, los niños van descubriendo poco a poco cuántos<br />
goces y penas hay en el mundo, cuántas maravillas y cuántos peligros, pero también cuántos<br />
conocimientos por adquirir, cuántos enigmas o misterios por entender, cuántos seres humanos<br />
por descubrir. La literatura es, está visto, un recurso inagotable: proporciona palabras que permiten<br />
una representación del mundo, colma de sentido las experiencias personales, permite que<br />
los lectores vean situaciones que no han de vivir nunca, para que así puedan pensar en ellas.<br />
Por lo demás, dado que nada más útil que saber leer puede darse en nuestras sociedades, en donde<br />
los textos escritos son omnipresentes, no hay quien no destaque que leer libros repercute en<br />
los resultados <strong>escolares</strong>. La satisfacción de leer esas experiencias, reales o imaginarias, incrementa<br />
la capacidad del niño lector para leer solo, le aporta un vocabulario más rico, aguza su capacidad<br />
de análisis y contribuye a sus logros 2 . Se combinan de este modo el propósito funcional de “saber<br />
leer” y la riqueza cultural de los libros, lo útil y lo grato, el pan y las rosas.<br />
Eso no quita para que el lugar del libro en nuestras sociedades se halle en plena evolución. Todo<br />
tipo de cambios rivalizan con el libro y lo ponen en cuestión. Las revoluciones tecnológicas (televisión,<br />
Internet), económicas (globalización, competencia), ecológicas (urbanización, contaminación),<br />
sociales (migraciones, empobrecimiento) han modificado tan deprisa los ámbitos de<br />
vida de los niños que las prioridades educativas del pasado no pueden perpetuarse sin cambios.<br />
1<br />
Este capítulo, originalmente escrito en francés, ha sido traducido por María Teresa Gallego Urrutia.<br />
2<br />
Stanovich, K. E., “Matthew effects in reading: some consequences of individual differences in the acquisition<br />
of literacy”, Reading Research Quaterly, 21, 1986, pp. 360-407. Rieben, L. y Perfetti, C. (eds.),<br />
L’apprenti lecteur. Recherches empiriques et implications pédagogiques, Neuchâtel, Delachaux et Niestlé,<br />
1989.<br />
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