Lectura y bibliotecas escolares - OEI
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Lo que leen los jóvenes y las instituciones educativas: de la transmisión a la mediación<br />
del pasado (el Siglo de Oro en España, el Gran Siglo en Francia, el Romanticismo en Alemania).<br />
Los grandes autores literarios proceden de todas las clases sociales, políticas e ideológicas y la<br />
literatura enseña a apreciar textos y autores, aunque no se compartan sus ideas. Al aprender a que<br />
les gusten a un tiempo Swift y Byron, Voltaire y Rousseau, Borges y Neruda, la ironía escéptica de<br />
unos y el lirismo visionario de otros, ¿no aprenden acaso los alumnos a ir más allá de sus emociones<br />
espontáneas y de su sensibilidad inmediata para encaminarse hacia la auténtica tolerancia?<br />
De esta forma sería la literatura la educadora mejor, pues es un modelo para la coexistencia pacífica<br />
entre hermanos enemigos.<br />
No obstante, la historia sigue, la literatura también, los niños y los adolescentes cambian. ¿Hay<br />
que darles prioridad a los “clásicos”, a los que nadie pone en entredicho, a los autores que ya<br />
murieron? ¿O hay que hacerles leer autores vivos y controvertidos aún? ¿Hay que anteponer las<br />
“vanguardias” que recurren a formas de escribir inusuales, difíciles, o los autores de moda? La<br />
fuerza de las lecturas <strong>escolares</strong> reside en que son colectivas y obligatorias: constituyen la cultura<br />
común de una generación. Su debilidad reside en que escolarizan cuanto tocan. Las obras se<br />
convierten en selecciones, las lecturas en ejercicios formales, los alumnos aprenden a expresar<br />
una admiración que no sienten. ¿Cómo conseguir que el mundo de los libros se convierta en el<br />
mundo del lector? Durante todo el siglo xx se usó la literatura infantil como recurso para que se<br />
produjera el siguiente milagro: un niño que aprende a amar la lectura con cuentos pensados para<br />
él llega insensiblemente de las lecturas de la infancia a las lecturas adultas, de la literatura menor<br />
a la mayor.<br />
LOS MEDIADORES PARA LA LECTURA EN EL SIGLO XX, ENTRE FAMILIA,<br />
ESCUELA Y BIBLIOTECA<br />
“¿Cómo iban a poder los maestros hacer partícipes a otros de una experiencia que no conocen, la<br />
de ese libro que se lee de un tirón, que proporciona descanso y satisfacciones de calidad?”, escribía<br />
Ferdinand Buisson. Para conseguir que los demás amen la lectura, hay que ser un lector; y para<br />
que los maestros sean “amigos de la lectura, de la lectura de verdad, de lo que leemos por gusto, de<br />
la lectura desinteresada”, la literatura contemporánea (teatro, poesía, novela) tiene que entrar en<br />
las escuelas normales. Las maestras 53 , más amantes de la lectura que sus colegas masculinos, dan<br />
a la “afición a la lectura” prioridad pedagógica. No obstante, la institución que legitima las lecturas<br />
juveniles en la escuela está fuera de la escuela: es la biblioteca infantil. En Estados Unidos la crearon<br />
a finales del siglo xix y exportaron el modelo a Europa en la década de 1920, en el momento<br />
en que responde a las expectativas de la nueva educación. Tales instituciones siguen escaseando<br />
y las visitan los niños de clase media más que los del pueblo; pero la actividad incansable de las<br />
bibliotecarias (todas son mujeres) suena en los congresos internacionales de bibliotecarios, de<br />
docentes y de movimientos educativos.<br />
Los cometidos de la biblioteca infantil son meridianos: “desarrollar en el niño el amor por la<br />
lectura; ilustrarlo, al brindarle los mejores libros, tanto desde el punto de vista de la moralidad<br />
cuanto desde el punto de vista literario, estableciendo algo así como una graduación entre ambos;<br />
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Los estudios sociológicos han dejado patente que en varios países (Francia, Estados Unidos, Inglaterra,<br />
Italia) las maestras proceden con mayor frecuencia de la clase media que los maestros, que muchas de<br />
ellas son solteras y con mucha afición por la lectura y que intentan transmitir esa afición a sus alumnos.<br />
Para Francia, ver Ida Berger y Roger Benjamin, L’univers des instituteurs, París, Éd. de Minuit, 1964.<br />
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